Tino estaba sentaba debajo de su árbol favorito, como todos los días, escondida y alejada de los demás niños. Allí, a la sombra, sobre la hierba fresca y rodeada de flores, acompañada del canto de los pájaros, Tino contemplaba el horizonte.
—Algún día me marcharé de aquí, a algún lugar donde a nadie le importe mi tamaño, donde incluso las personas pequeñas puedan vivir grandes aventuras —le decía Tino a las flores.
—A mí me pareces muy grande, Tino —dijo una abeja que descansaba sobre una flor.
Tino sonrió sin alegría.
—Eso es porque no has visto al resto de chicos de mi edad, abejita. Todos me sacan por lo menos tres cabezas.
Un día, Tino decidió pasear por el bosque y buscar un nuevo árbol. Se había corrido la voz entre los demás niños de cuál era su escondite y tenía que buscar otro.
Mientras caminaba, a Tino le llamó la atención un enorme árbol con un gran hueco en la parte superior. El niño se acercó y, con cuidado, metió la mano. Allí encontró un antiguo pergamino enrollado. Intrigado, lo desenrolló.
—¡Es un mapa! —exclamó Tino.
—¡No lo digas muy alto, muchacho! —dijo el árbol —. Dime, ¿qué ves en el mapa?
—El mapa marca una cueva —dijo el niño—. Espera, aquí hay algo escrito en el borde. Dice que, según una antigua leyenda, la cueva esconde una piedra mágica que otorgaba valentía y confianza a quien la posea.
—Pues más te vale ir a buscarla —dijo el árbol.
—¿Y si me pierdo? —dijo Tino—. ¿Qué pasa si me atacan? ¿Y si me caigo por un agujero?
—Tienes razón, no pareces digno de tan importante tesoro —dijo el árbol.
Tino se quedó pensativo por un momento
—Tienes razónk amigo. No, no dejaré que mis miedos me detengan. Voy a buscar esa piedra mágica y demostraré que puedo enfrentarme a cualquier desafío.
—Esa es la actitud, Tino —dijo el árbol, satisfecho.
Así, Tino emprendió la aventura para encontrar la piedra mágica.
Durante su travesía, se encontró con criaturas fantásticas que lo ayudaron en su búsqueda.
Nada más partir, Tino conoció a un zorro que le enseñó a moverse sigilosamente entre losc árboles.
También se hizo amigo de una comadreja, que le mostró cómo defenderse de los peligros del bosque; y de un ciervo, que le enseñó a encontrar agua en los lugares más recónditos.
Después de días siguiendo el mapa, Tino por fin llegó a la entrada de la cueva.
—Tengo miedo; no sé qué hay dentro.—dijo Tino, tembloroso.
—Recuerda todo lo que has aprendido —le susurró el viento—. Eres más fuerte de lo que crees.
Tomando una respiración profunda, Tino entró en la cueva. Caminó despacio, con precaución. La cueva estaba ligeramente iluminada con la luz que entraba por la entrada. También había luz al fondo, que entraba por un agujero en la parte superior.
Tino fue hasta allí. Y justo debajo del agujero por donde entraba la luz estaba la piedra mágica.
E
l niño cogió la piedra, muy emocionado. Pero en lugar de sentir un impulso repentino de valentía y confianza, simplemente sintió una sensación de paz.
Fue entonces cuando una suave voz resonó en su mente:
—La verdadera magia no estaba en la piedra, sino en ti mismo. Has demostrado ser valiente durante tu búsqueda. Todo el coraje y la confianza que necesitas ya están dentro de ti. Ahora, deja el mapa donde lo encontraste, para que otros descubran lo mismo que tú acabas de aprender.
Tino dejó la piedra en su sitio y volvió a casa. Cuando dejó el mapa en el hueco del árbol, este le dijo:
—¿Encontraste la piedra?
—La encontré. Gracias, amigo.
A partir de ese día, Tino no se dejó amedrentar por quienes se metían con él por su tamaño, y empezó a mostrarse seguro y decidido.
Cuando los demás vieron que ya no era el niño enclenque y debilucho de antes, empezaron a tratarlo con respeto y a tomarle en serio.
La historia de Tino pasó de generación en generación, para recordar a todos que puedes ser todo lo grande que quieras ser.