A Marco le encantaban los espaguetis. Los comía de mil maneras diferentes: con tomate, con queso, con carne, con salsa carbonara, con salmón, con verduras….. No le importaban el resto de los ingredientes con tal de que no faltase uno: la pasta.
Marco sabía que no se podía alimentar sólo de eso y que una dieta equilibrada incluía muchas otras cosas, pero el día de los espaguetis era su favorito de la semana.
Pensaba en ellos desde que se levantaba, mientras iba en el autobús hasta el colegio, sentado en el pupitre y también en el recreo. Incluso soñaba con ellos la noche anterior. Marco era un verdadero fan de los espaguetis.
Un día, disfrutando de un rebosante plato de espaguetis con tacos de bacon y brócoli, Marco sintió algo extraño: un espagueti que parecía no tener fin. Después de enrollarlo en el tenedor empezó a succionar y a succionar.
Los churretones de salsa de tomate con orégano habían empezado ya a aparecer en su casa. De lejos, Marco escuchó a su padre decir que se limpiase con la servilleta antes de manchar la ropa del colegio. El niño solo pudo escuchar una especie de eco lejano sin entender las palabras. Él únicamente estaba concentrado en seguir tirando de aquel espagueti infinito.
Cuando parecía que estaba a punto de acabarse, Marco sintió como el gran hilo de pasta tiraba de él hasta llevarlo a un sitio desconocido. Al momento, aterrizó en un lugar muy diferente a su casa, a su colegio y a su ciudad. Aterrizó en Italia. Allí le esperaba un señor de blanca y abundante barba:
-Ya que adoras tanto los espaguetis voy a enseñarte dónde se inventó la pasta- le dijo con voz grave y misteriosa.
Tras invitarle a sentarse en un gran trono de raviolis rellenos de espinacas, le contó que había sido un señor llamado Marco Polo quien, en el año 1271, había traído la pasta desde China. En ese momento apareció una señora de aspecto parecido al primer hombre. Voz amable y aspecto entrañable. Le dijo a Marco que en realidad habían sido los etruscos los inventores de esta comida tan famosa en todo el mundo.
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Lo que hacían era triturar diversos cereales y granos y mezclarlos con agua para después cocerlos- le contó con mucho cariño al niño, que seguía escuchando fascinado.
Hablando con los dos abuelitos, Marco se enteró también de que, en el año 1400 en Italia, la pasta se llamaba “lasagna”. Después se inventaron los “fidelli”, hilos de pasta con forma cilíndrica muy parecidos a los espaguetis que comemos a día de hoy. Con el paso de los años, fueron apareciendo máquinas para no tener que hacer la pasta a mano y poder fabricar kilos y kilos que llegasen a todos los rincones del mundo.
Tras escuchar la historia, Marco se quedó dormido pero, en vez de despertar sobre el trono de raviolis, lo hizo de nuevo en la cocina de su casa.