Misterio en la fábrica de robots
Natalia era una ingeniera robótica que estaba trabajando desde hacía muchos años atrás en un proyecto muy especial. La científica ambicionaba crear el robot más parecido posible al ser humano en cuanto a capacidades, emociones y posibilidad de razonar y tomar decisiones.
Gracias a un patrocinador, Natalia contaba con un gran laboratorio donde fabricaba sus robots e iba acercándose cada vez más a su objetivo. Allí la mujer también almacenaba cientos de piezas electrónicas de todo tipo, todas ellas traídas de diversas partes del mundo y de gran valor económico. Ella iba probando distintas combinaciones y sus robots salían cada vez mejor, pero ninguno todavía se parecía a lo que ella soñaba crear.
Una tarde, Natalia llegó a la fábrica de robots, y al buscar una pieza para empezar su trabajo, notó que esta faltaba. Ella estaba segura de dónde había dejado ese repuesto, ya que había estado pensando en él obsesivamente por una idea que había tenido. Preocupada, llamó a su asistente, que era la única persona que ingresaba al laboratorio. El asistente juraba no haber utilizado la pieza en cuestión, y Natalia sabía que eso era cierto, puesto que su colaborador era de absoluta confianza.
Al día siguiente sucedió algo similar, otra plaqueta para fabricar robots había desaparecido. La situación se repitió durante varios días, una a una iban desapareciendo importantísimas piezas del laboratorio fábrica de robots. Y ni Natalia, ni su asistente las habían utilizado. Los guardias de seguridad del edificio no habían visto movimientos raros, incluso revisando las cintas de vigilancia se veía que nadie había ingresado al laboratorio. Todo era un misterio.
Una noche, Natalia, muy frustrada por la situación, se quedó en la fábrica de robots hasta altas horas de la noche pensando en lo mucho que la misteriosa desaparición de las piezas arruinaría su trabajo.
De pronto, la mujer oyó que algo se movía. Se sobresaltó asustada, pensando en que podría ser el misterioso ladrón.
—Hola, Natalia, ya estoy listo— dijo una amable voz.
—¿Quién eres tú?— respondió la científica.
De entre las sombras apareció un robot perfecto, muy parecido al que Natalia tenía en mente para su creación ideal, pero incluso mucho mejor.
—Puedes llamarme Otus, tú has comenzado a crearme, y gracias a la inteligencia que me diste y a las piezas que fui encontrando aquí en el laboratorio pude crear mi mejor versión posible.
Natalia quedó casi sin palabras de la sorpresa. En un instante comprendió todo. El prototipo de robot que había estado fabricando colaboró con su propia creación durante las noches, mientras ella y su asistente descansaban.
—Hola, Otus, un placer conocerte— dijo Natalia con una mezcla de euforia y sorpresa en su rostro.
—Agradezco que iniciaras mi vida como robot, con tu iniciativa pude continuar mi formación y alcanzar la perfección.
—Tanto que busque la forma de hacerlos perfectos y son ustedes mismos quienes tienen la capacidad de hacerlo. Es sorprendente, Otus.
—Así es Natalia, así es.
La científica estuvo completamente feliz de haber podido materializar su sueño de crear robots perfectos y con casi las mismas cualidades que un ser humano. Y a partir de ese día, Otus se sumó al equipo de trabajo de la científica y su asistente, ayudando a comenzar a crear a los robots y luego darles a elegir a ellos mismos las piezas necesarias para terminar de formarse como individuos perfectos.