Una tarde soleada de verano, cansado de hacer puzzles y sin tener a nadie con quien jugar, Julio decidió ir a dar un paseo por el bosque. Le dijo a sus padres que cogería el camino de siempre, un sendero despejado y al que atravesaba un riachuelo de agua limpia y cristalina.
A Julio le encantaba ver el agua correr y a los peces brincar y moverse por el fondo. Por eso le dada mucha pena cuando se encontraba con un río contaminado o cuando veía a alguien tirar al suelo una lata de refresco o un papel.
A Julio no sólo le gustaban los riachuelos y los peces, sino que también le gustaba la naturaleza en general. La mezcla de colores y olores con la que se encontraba en sus excursiones y las especies de animales que iba conociendo le fascinaban.
Ese día, en su paseo por el bosque, Julio estaba a punto de vivir una aventura importante, aunque él no lo sabía. Al llegar a un claro y disponerse a llenar su cantimplora en la fuente, vio algo oculto entre los arbustos. Se acercó y pronto se dio cuenta de lo que era: una caja de cerillas vacía. No sabía muy bien qué hacía ahí. Lo que realmente le molestó es que alguien la hubiese dejado tirada.
El niño la guardó en su mochila y volvió para casa. Al llegar, sus padres estaban viendo las noticias en la televisión. Estaban contando que un incendio había arrasado parte de un bosque vecino al que Julio visitaba. Como de momento no había datos que indicasen quién había sido, Julio se decidió a averiguarlo. Quería saber quién le había prendido fuego al bosque.
Como ya faltaba poco para que anocheciese, su madre quiso acompañarle. Metió en su mochila una linterna, una chaqueta, una cantimplora y un pañuelo del campamento de verano. Caminaron adentrándose en la oscuridad y lo primero que vieron, tras caminar un par de kilómetros, fue restos de ceniza y una cerilla rota en un rincón cercano a su casa.
Julio pronto se dio cuenta de que eso era una pista muy importante. Su madre y él empezaron a seguir el rastro de ceniza hasta que llegaron a una pista todavía mejor: un montón de papeles viejos y arrugados. Julio se acordó de la caja de cerillas y enseguida relacionó todas las pistas.
La persona de los papeles era la misma que había llevado la caja de cerillas hasta el bosque para provocar el fuego. A lo lejos se oían ruidos, la solución estaba cerca, pues parecía que la persona que había sido capaz de hacer semejante cosa andaba por allí.
Con todas las pistas que habían encontrado, Julio y su madre volvieron corriendo y fueron a ver a los bomberos. La verdad es que les agradecieron mucho su ayuda porque, gracias a ellos, pudieron encontrar al culpable de los incendios. Por suerte, el bosque se recuperó pronto y Julio pudo volver a ver a los animales disfrutar de su entorno.