Luis estaba cansado de ser un mocasín. A pesar de ocupar un lugar privilegiado en la estantería de la zapatería, llevaba años ahí sin que nadie lo comprase. Ni a él ni a su compañero, Paco, claro está. Luis y Paco, una pareja de mocasines en una zapatería juvenil, ¡qué sinsentido!
- Los jóvenes de hoy en día calzan zapatillas deportivas y botas modernas, no aburridos mocasines de piel- se lamentaban.
Para encima, para hacer aún más dramática su situación, vivían separados. Luis en el expositor y Paco en el almacén. Solo habían compartido caja y vivencias el tiempo que pasaron en la fábrica mientras los cosían y les pegaban las suelas. Después, sin explicación, uno acabó en cada lado. Luis estaba harto de ser un zapato de segunda clase. De esos que la gente se prueba pero que nunca compra. Estaba cansado de escuchar cosas como “uy, me aprieta” o “ese zapato no mamá, es de señores”. Encima se pasaba los días entre manoseos y pies sin calcetines. Un asco de vida.
Todos los días, a medida que se acercaba la hora del cierre, confiaba en que llegara alguien con prisas, con un evento al día siguiente para el que no tuviese calzado y sin tiempo para probar. Esa sería la persona ideal, la que, aunque fuese por las prisas, le llevaría a casa. Pero nada, no había manera. Así que decidió camuflarse. Se colocó un cordón fluorescente en vez de los cordones de piel. De ese modo, esperaba tener una apariencia más juvenil. Su plan no funcionó.
E
l plan B fue ya más arriesgado: saltar directamente en el bolso de una señora que estaba despistada. Todo parecía ir bien hasta que la señora pasó el arco de seguridad y saltó la alarma. En la tienda pensaron que había robado el zapato. La señora se puso muy nerviosa:
- ¿Cómo voy a robar solo un zapato? ¡Qué ridículo!
Los de la tienda la creyeron por eso, porque no tenía lógica robar solo un zapato y no el par. Eso fue lo que la salvó. Luis, por su parte, volvió a la estantería de siempre.