Rinopino era un rinoceronte muy simpático y divertido que lo pasaba muy bien con sus amigos. Pero no tenía ningún talento en especial como los demás. Por eso buscaba ser el mejor de todos en alguna habilidad para demostrarles que él también era talentoso como ellos.
Un día mientras, en la escuela, Rinopino vio un letrero que decía: Concurso de artes: ¡Crea el mejor dibujo y gana un premio!
Rinopino no sabía dibujar, pero se emocionó tanto que, sin pensarlo dos veces, se inscribió al concurso.
Al día siguiente, al llegar al salón donde se iban a entregar la bases el concurso, la pajarita Lía le contó a Rinopino que también se había inscrito al concurso.
Rinopino sabía que Lía dibujaba muy bien. Eso convertía a la pajarita en una gran competidora. Por ese motivo, el pequeño rinoceronte se desanimó un poco al escuchar la noticia. A pesar de eso le dedicó una sonrisa a su amiga y le deseó suerte.
Rinopino se fue a casa y se quedó horas en su habitación, dibujando, haciendo bocetos y dejando volar su imaginación. Pero no conseguía hacer nada que le pareciera interesante.
Al día siguiente, cuando había que entregar los trabajos del concurso, Rinopino no llevó nada más que hojas llenas de garabatos.
Después de unos minutos llegó Lia con un increíble dibujo que asombró a Rinopino y a los demás participantes.
Rinopino entró en pánico. Solo podía pensar en que todos y hasta Lia se burlarían de él. Así que el pequeño rinoceronte hizo algo desesperado: robó el dibujo de su amiga Lía y puso su nombre.
A la hora de presentar los dibujos a los jueces, Lía fue descalificada, porque no tenía un dibujo que presentar. La pobre pajarita se puso muy triste. Pero Rinopino estaba tan cegado con ganar que no hizo caso a su amiga.
Cuando llegó su momento, Rinopino mostró su dibujo, el que había robado a su amiga. Todos se quedaron sorprendidos. Pero enseguida alguien lo acusó:
—Ese es el dibujo de Lía. Yo la vi con él cuando llegó.
Muchos otros participantes dijeron lo mismo.
Rinopino se dio cuenta de que le habían pillado. Así que dejó el dibujo y se fue corriendo. Lía salió tras él.
—Lo siento —lloraba Rinopino—. Tenía tantas ganas de ganar el concurso que no pensé en el daño que te hacía.
Lía perdonó a su amigo y lo consoló.
—Yo te enseñaré a dibujar si prometes no volver a robar el trabajo de otros —dijo Lía.
Rinopino le dio las gracias. Juntos volvieron con los demás. Lía explicó a los jueces lo que había sucedido y pidió a todos que perdonaran a su amigo.
—Está bien, pero nos gustaría ver su trabajo —dijo el representante de los jueces.
Rinopino presentó las hojas que llevaba. A todos les sorprendió ver todos aquellos bocetos y garabatos. Tras examinarlo bien, el representante de los jueces dijo:
—Rinopino, te daremos el premio de reconocimiento al mejor garabatista del año.
Todos aplaudieron por ello. Rinopino se puso muy contento, porque por fin había destacado en algo.
Desde entonces, Lía y Rinopino pasan muchas tardes dibujando o, en el caso de Rinopino, garabateando. Eso sí, son garabatos cargados de arte.