Roberto es un niño muy activo, intenta todos los días ser bueno con sus abuelos con los que pasa las tardes por qué mamá trabaja y papá está fuera de la ciudad trabajando hasta los viernes, que molan mucho por qué ya vuelve a casa con ellos. Cuando está con los abuelos intenta pensar en lo que está bien y en lo que está mal, pero a veces se le olvida por qué ser desobediente es divertido.
Todas las tardes hace lo mismo llega del cole, merienda y luego se pone a jugar a la lucha con sus muñecos de La Guerra de las Galaxias y con sus coches deportivos. Tiene un montón casi 50. Entonces la abuela le dice que ya se acabó el tiempo de jugar y que tiene que hacer los deberes. ¿Qué deberes? En el cole no le ponen deberes porque todavía tiene siete años y le ponen ejercicios para que sepa leer y hacer sumas. ¡No es justo! Así que a veces contesta mal y se enfada y hace lo que sabe que está mal, hacer como que no les oye y tardar en recoger sus juguetes.
Un día el abuelo le sentó en el sofá y le dijo:
- Cariño tienes que hacer los deberes para aprender mucho mejor en clase, además tampoco puedes estar toda la tarde en la habitación jugando solo. ¿No te gustaría hacer más cosas?
-Siiiii-, gritó Roberto y se levantó del sofá-- Me gustaría hacer de mayor y ayudaros, pero la abuela no me deja.
-¡No te deja! Vale pues mira si quieres ayudarnos, tú haces los deberes rápido y yo hablo con la abuela para que te deje hacer cosas con nosotros.
-Vale, así seré mayor y a mamá le gustará que yo haga cosas.
Al día siguiente los abuelos así hicieron, le prometieron que cuando acabara de hacer los deberes le dejarían ayudar. Roberto hizo la ficha pronto y luego le dijo:
-Abuelo ya acabé, ya verás hoy ¿A qué le pongo un café a la abuela? Si me ayudas y me coges tú la taza del armario os lo demuestro.
Y así fue, el abuelo fue a la cocina y en cuanto Roberto tuvo la taza en la mano abrió la nevera, sacó la leche, cogió la jarra de café y lo echó, la azucarera, metió la taza en el microondas y cuando acabó la sacó y se fue corriendo derramando algo de café en el suelo y llevándoselo a la abuela al salón.
-Toma abuela. Así meriendas.
Los abuelos no podían parar de reírse. Luego Roberto bajó a comprar con el abuelo mientras la abuela empezaba a hacer la cena y cuando llegaron a casa el pequeño sacó las cosas de las bolsas para empezar a colocarlas.
En estas llegó su madre a buscarlo y cuando lo vio, sonrió sorprendido:
-Muy bien Roberto. Ya veo que te haces mayor. Me gusta que ayudes a los abuelos. Ahora vamos a dejar que ellos cenen tranquilamente, nosotros vamos a casa que tenemos que ir a la bañera.
Roberto abrazó a sus abuelos y se fue muy contento por poder ayudarlos.