Había una vez un parque al que entraban a robar. Los ladrones se llevaban cualquier cosa. Lo mismo les daba robar flores que llevarse un banco o una papelera. Y si no se lo podía llevar, lo destrozaban.
Para evitarlo, el ayuntamiento decidió poner vigilancia en el parque. El jefe de policía repartió los turnos y ese mismo día siempre había un policía patrullando por el parque a cualquier hora del día.
A Don Canuto le tocó hacer el turno de noche. Don Canuto insistió que no era buena idea que él hiciera ese turno.
-No te escaees, Canuto, que te ha tocado en suerte -le decían sus compañeros.
Los robos y el vandalismo cesaron durante el día, pero no pasó lo mismo por la noche. Toda la ciudad estaba muy enfadada, y la pagaron con Don Canuto.
-Es en tu turno cuando roban, Canuto. ¿Te duermes o qué? -le dijo el jefe de policía
-Yo no veo nada -contestó Don Canuto.
-No, si eso es evidente. Que ni ves ni te enteras -insistía el jefe de policía.
-Que no, que lo que pasa es que no veo nada por las noches -dijo Don Canuto.
-Pero, ¿por qué no lo has dicho antes? -preguntó el jefe de policía.
-Lo intenté, pero todos me acusaron de querer escaquearme de mis obligaciones. Pero tengo una idea para cazar a los ladrones.
Don Canuto propuso que el resto de agentes se escondieran en el parque y en los alrededores para poder pillar al ladrón.
Así lo hicieron. Y el ladrón fue apresado. A Don Canuto le dieron una medalla por su gran idea y le pidieron disculpas por no haberle escuchado.
Los robos en el parque cesaron y toda la ciudad pudo volver a disfrutar de él, como siempre.