Rebeca, Isa y Sole corrían riendo entre los árboles. Como todas las tardes, jugaban a perseguirse, como si acabaran de descubrir el juego más divertido del mundo. Sin embargo, aquel día tenía algo de especial. Algo extraño estaba ocurriendo. De repente, Rebeca se detuvo. El sol ya no se filtraba entre las hojas de los árboles y el camino estaba desapareciendo.
—Creo que nos hemos perdido —dijo Sole, mirando a su alrededor.
Isa abrió su mochila.
—Aquí está —dijo la niña, triunfante, sacando una vieja brújula.
—Nuestra casa está hacia el norte —dijo Sole. No era la primera vez que se perdían.
—Tenemos un problema —dijo Rebeca—. Mirad, pare que la brújula se ha vuelto loca.
—Tampoco podemos guiarnos por el sol —dijo Isa.
—Tengo una idea —dijo Sole—. Sole, saca una navaja de tu mochila. Seguiremos nuestro instinto e iremos marcando el camino en los árboles, por si acaso.
Las tres amigas se pusieron en marcha. Pronto encontrar un camino de flores que los llevó a un jardín escondido. Maravilladas, entraron en el jardín.
Pero, nada más entrar, un torbellino las envolvió y las dejó caer suavemente furente un castillo. Allí las esperaba un hombre extraño con una túnica brillante.
—Bienvenidas a Miralia, soy el Rey Calem, gobernante de estas tierras —les dijo con una voz melancólica.
—Pareces triste. ¿Qué te pasa? —preguntó Rebeca.
— Mi reino se desvanece porque los niños han olvidado la magia —dijo el Rey Calem.
Sole recordó las historias que su abuela le contaba y dijo:
—Mi abuela solía hablarme de este lugar.
Rebeca asintió.
—La mía también.
—¿Y qué podemos hacer? —preguntó Isa.
—¡Sabía que mis oraciones serían escuchadas! —dijo el Rey Calem—. Por favor, debéis recordar esas historias, creer en la magia y compartir esa creencia con los niños de este lugar.
Las amigas, guiadas por las hadas y los duendes que habitaban aquel hermoso lugar, revivieron esas historias, luchando junto a dragones y criaturas mágicas, y resolviendo acertijos para superar pruebas y desafíos.
Las niñas y los niños atendían a las tres amigas con gran atención. Y, con cada historia, Miralia recuperaba su esplendor.
Llegó el momento de partir. Al regresar al jardín, una luz brillante los envolvió, y se encontraron de nuevo en el bosque.
—Lo logramos —dijo Rebeca, abrazando a sus amigas.
Desde aquel día, no solo recordaron las historias, sino que las compartieron con todos sus amigos. Así, la magia de Miralia nunca se desvanecería. Y cada vez que jugaban en el bosque, sabían que un jardín mágico los esperaba, recordándoles el poder de creer en la imaginación, la fantasía y, por qué no, la magia que vive en cada uno de nuestros corazones.