Zach, el karateca
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Zach, el karateca

Edades:
A partir de 6 años
Zach, el karateca Zach era el más aventajado de los alumnos del dojo de karate más prestigioso de la ciudad. No había nada que se le resistiera, entrenaba a diario y siempre se prestaba voluntario para lo que hiciera falta. Y cuando alguno de sus compañeros necesitaba ayuda, ahí estaba Zach para echarle una mano.

Todos admiraban a Zach. Nunca antes había pasado por el dojo un alumno tan comprometido y tan motivado. Y nunca ningún otro había conseguido tantos trofeos en los torneos locales o regionales.

Zach estaba a punto en convertirse en el primero de su ciudad en competir a nivel nacional. Estaba muy emocionado. Así que empezó a entrenar todavía más, incluso de noche.

Su maestro y sus compañeros pudieron ver los cambios. Zach era cada vez más fuerte y más resistente, y también más hábil.

Sin embargo, entrenaba tanto que ya no tenía tiempo para ayudar a sus compañeros y muchas veces prefería seguir el entrenamiento por su cuenta, porque iba mucho más adelantado que los demás.

Llegó la semana del torneo nacional. Zach había entrenado tanto que estaba convencido de que le llevaría la medalla de oro. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió. Quedó en cuarto lugar.

El maestro le felicitó, pues era el primer novato que alcanzaba un puesto tan alto en su primera competición en varias décadas.

Los entrenamientos siguieron, pero Zach no cambió la manera de entrenar. Estaba convencido de que si seguía haciéndolo conseguiría ganar el siguiente campeonato.

Se acercaba el final de curso y el maestro recordó a todos los alumnos que la entrena de insignias ser realizaría en pocas semanas. Todos estaban muy emocionados. Las insignias que entregaba el profesor eran un premio al reconocimiento de su trabajo y esfuerzo. Solos los alumnos que de verdad se lo merecían recibían una.

La insignia de más valor era la roja, seguida de la naranja, la azul y la amarilla. El maestro solo había entregado una insignia roja una vez, y de eso hacía ya mucho tiempo. Y solo Zach había recibido la insignia naranja.

Zach estaba seguro de que este año recibiría la insignia roja. Sin embargo, recibió la insignia naranja otra vez. Además, su compañera Lidia recibió una insignia naranja también.

—¿No me he merecido la insignia roja esta vez, maestro? —preguntó Zach, sorprendido.

—Todavía no, Zach —dijo el maestro.

—¿Es por no haber conseguido una medalla en el campeonato nacional? —preguntó Zach.

—Precisamente tu excelente trabajo para competir en ese campeonato es el motivo por el que sigues conservando la insignia naranja —dijo el maestro.

—¿Puedo preguntar por qué Lidia también tienen insignia naranja, profesor? —preguntó Zach—. Ella no ha competido ni una sola vez este año.

âZach, el karateca€”Lidia ha tenido un problema de salud y hemos considerado que era mejor esperar para competir —dijo el maestro—. Pero ha seguido entrenando y, desde que tú empezaste a entrenar para el campeonato nacional, ella ha estado ayudándome en los entrenamientos, sin faltar a uno solo, y ha demostrado ser una alumna disciplinada y dispuesta a ayudar en todo momento. Y, a pesar de no haber competido, ha estado en todas las competiciones, ayudando y animando a sus compañeros.

—Siento no haber estado ahí —dijo Zach.

—Está bien esforzarse para ser lo mejor que uno puede ser —dijo el maestro— pero eso no significa que tengas que dejar de lado todo lo demás.

A partir de ese día Zach empezó a combinar su nuevo entrenamiento con las clases habituales. Descubrió que ayudando a los demás se aprende mucho, no solo sobre lo que enseñas, sino sobre ti mismo.

En la siguiente competición nacional no consiguió la medalla de oro, aunque sí la de bronce. Pero lo que más valoró Zach fue conseguir la ansiada insignia roja de su maestro de karate, que era el verdadero reconocimiento a su esfuerzo.
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