El zorro Zorivio vivÃa solo en una cueva en el bosque. Zorivio era muy especial. Le encantaba pintar cosas bonitas y llenar el mundo de color. Pero los demás animales no entendÃan su pasión por el arte y se reÃan de él siempre que le veÃan pintando. A pesar de eso, Zorivio seguÃa dibujando, coloreando y garabateando.
Un dÃa, Zorivio se fue de paseo, a ver si encontraba rocas nuevas sobre las que pintar.
Después de un rato paseando encontró una pared enorme.
—¡Wow! Es como un gran lienzo de piedra —exclamó Zorivio—. Jamás habÃa visto nada igual. Voy a empezar a pintar ahora mismo.
Mientras buscaba a su alrededor con qué hacer sus colores, Zorivio encontró a una ardilla llorando, escondida entre unos arbustos.
—¡No me comas, no me comas! —gritó la ardilla.
—No quiero comerte —dijo Zorivio—. Soy el zorro Zorivio. Estoy buscando plantas para hacer colores y pintar aquella gran pared de piedra. ¿Quién eres tú? ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?
—Soy la ardilla Oravilla —dijo ella—. Me he permiso y ahora estoy solita.
—Ven a pintar conmigo, ya verás qué divertido —dijo Zorivio.
Zorivio hizo algunos colores y empezó a pintar.
—¡Guau! ¡Qué bonito! —exclamó Oravilla.
—¿De verdad te gustan? Eres la primera que me lo dice. Todos se rÃen de mà porque me gusta pintar.
—¡Me encantan! Nunca habÃa visto algo tan hermoso —dijo Oravilla—. Si yo supiera pintar adornarÃa todo el bosque.
—Si quieres te enseño —dijo Zorivio.
—¡Me encantarÃa! —dijo Oravilla—. Asà podrÃa ayudarte y pintar donde tú no llegas.
—¡Qué buena idea! —dijo Zorivio.
Desde aquel dÃa, Oravilla y Zorivio se dedicaron a decorar el bosque. Poco a poco, otros animales se unieron a ellos, atraÃdos por su arte. Los primeros fueron una pareja de pajaritos. Luego se animaron un mapache, una serpiente y un cervatillo. Y asÃ, poco a poco, el grupo de artistas fue creciendo, mientras el bosque se llenaba de dibujos.
Cuando se quedaron sin lugares de donde pintar, Zorivio les dijo a sus amigos:
—¿Qué os parece si buscamos otros bosques para llevar nuestro arte?
A todos les pareció bien, y se pusieron en marcha.
Asà descubrieron un bosque rodeado de grandes monstruos conducidos por seres de dos patas.
—¡Oh, no! ¡Humanos! —gritó Oravilla, que los conocÃa bien.
—¿Eso es malo? —preguntó Zorivio.
—¡MalÃsimo! Con esos monstruos van a talar los árboles del bosque —dijo Oravilla.
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€”Tenemos que evitarlo —dijo Toribio—. He visto esos monstruos antes. Cuando ven nuestros dibujos, huyen. No sé por qué, pero no arrasan los lugares donde pinto.
—Entonces, pintemos —dijo Oravilla.
Aquello funcionó. ¡Los humanos no usaron sus monstruos para talar aquel bosque!
—Tenemos que pintar todos los bosques para evitar que los talen —dijo Zorivio.
—Tendremos que reclutar a más animales —dijo Oravilla.
—Lo haremos—dijo Zorivio—. Nuestro arte tiene poderes mágicos y espanta a las máquinas de los humanos. Tenemos que aprovecharlo.
Desde entonces, Zorivio, Oravilla y todos sus amigos recorren los bosques pintando y enseñando a sus habitantes a hacerlo.
Nunca entenderán por qué los humanos no respetan el arte de la naturaleza y sà el que ellos crean. Pero si alguien valora lo que hacen y consiguen salvar los bosques, que asà sea.