Álvaro era un joven que había crecido en la ciudad. Adoraba su estilo de vida. Había conseguido un empleo en el banco de su localidad al terminar sus estudios. Todas las mañanas Álvaro salía con su coche al trabajo y en el camino paraba por un café. Disfrutaba sentándose en la cafetería a leer las noticias y beber un capuchino antes de entrar al banco.
A la salida del trabajo Álvaro acudía al gimnasio. Más tarde solía juntarse con algún amigo a cenar y en ocasiones también a ver una película en el cine.
A Álvaro le encantaba la vida agitada de la ciudad, la inmediatez de vivir en un centro cosmopolita y tener todo al alcance de su mano en cualquier momento.
La vida de Álvaro era bastante previsible, pero para él era perfecta. Todo seguía su curso hasta que un día recibió una llamada telefónica que lo cambió todo. Su abuelo, que vivía en el campo, había fallecido, y en el testamento destinado a sus nietos le había dejado a Álvaro como herencia su granja.
De pequeño Álvaro visitaba con gran frecuencia a su abuelo en la granja. A pesar de ser un niño de ciudad adoraba ir al campo, ayudar al abuelo en sus tareas y jugar en la naturaleza. Muchos veranos solía pasar casi toda la temporada de esa manera. Ya con el paso del tiempo Álvaro comenzó a visitar la granja cada vez menos. Los estudios y luego el trabajo consumían su tiempo y así, poco a poco se fue alejando de ese lugar.
Al recibir la noticia, Álvaro se replanteó muchas cosas. ¿Qué haría con esa posesión? Su vida actual nada tenía que ver con la vida de granja. Pero a la vez, ese lugar era muy especial para él y le tenía un gran cariño. En ese momento venderla no le parecía una opción.
Después de pensarlo mucho decidió pedir una excedencia en su trabajo para irse una temporada a la granja. Estando allí podría decidir con más claridad que es lo que haría.
Durante los primeros días en la granja Álvaro se dedicó a hacer algunas reparaciones en la casa, pintar, arreglar cercos y quitar malezas. El último tiempo el abuelo no había tenido las fuerzas necesarias para cuidar del lugar, por lo que estaba bastante deteriorado.
Álvaro se había contactado nuevamente con su niñez y había sacado viejas habilidades a relucir. Se sorprendió a sí mismo de todo lo que era capaz de hacer. Poco a poco se sentía cada vez mejor.
Pasado un tiempo, Álvaro comenzó a planificar la huerta. Preparó el terreno, compró semillas, fertilizantes y herramientas. Puso manos a la obra y colocó todas las semillas en la tierra cuidadosamente. Todo estaba listo, solo quedaba regar y cuidar las plantaciones... y esperar.
Los días pasaban y aún no se percibían los brotecitos en donde Álvaro había colocado las semillas.
El muchacho comenzaba a impacientarse. Todos los días, más de una vez por día revisaba las plantaciones.
Algunas semanas después las plantitas comenzaban a verse, pero Álvaro sentía que todo iba muy despacio y quería acelerar las cosas. Así que acudió a la tienda del pueblo y compró los fertilizantes más potentes que consiguió. Al llegar a la granja les puso a las plantitas el triple de la dosis del producto que indicaban las instrucciones, para que sus plantas crecieran entonces el triple de rápido.
Al día siguiente, Álvaro se horrorizó cuando acudió a revisar su huerta. Las pequeñas plantitas que habían comenzado a crecer se encontraban secas, amarillas, prácticamente arruinadas. El granjero novato se sintió triste y confundido con la situación. ¿Qué había pasado, si él regaba a diario las plantitas y además les había dado fertilizante?
lvaro decidió regresar a la tienda donde había comprado el fertilizante a por ayuda. Necesitaba entender qué había de malo con ese producto que había arruinado su huerta. El hombre de la tienda le comentó que el exceso de fertilizante era lo que había matado a las plantas. Le explicó, al darse cuenta de que Álvaro era un novato en la materia, que cada planta sea de hortalizas o de lo que fuese tenía sus propios tiempos. Cada planta necesitaba de un periodo de tiempo diferente para desarrollarse correctamente y crecer. Después de su proceso la planta daría sus frutos. Como granjero, además de su dedicación, Álvaro necesitaba paciencia.
Álvaro decidió poner en práctica los consejos del hombre de la tienda. Volvió a preparar la tierra, colocó nuevas semillas, regó las plantaciones, pero esta vez: espero.
Pacientemente, cada día Álvaro cuidaba de su huerta. Así, al cabo de un tiempo, las plantas comenzaron a crecer sanas y fuertes. Tiempo después ya daban sus primeros frutos. Álvaro se sentía muy satisfecho con su trabajo y con sus resultados luego de respetar los procesos de cada planta.
El tiempo pasaba y Álvaro se sentía muy feliz en la granja. Tanto fue así que decidió instalarse allí de manera definitiva y dejar atrás su vida en la ciudad. La vida en la granja le había enseñado a ser paciente y disfrutar los procesos de las cosas, entendiendo que son necesarios para obtener los mejores resultados.