A Pepiño le encantaba acompañar a su mamá al refugio de animales. La mamá de Pepiño trabajaba allí, cuidando de los inquilinos, como ella los llamaba. Los inquilinos tenían recintos grandes para moverse y jaulas de gran tamaño para dormir.
Muchos de los animales que llegaban al refugio habían sido abandonados a su suerte. A otros los habían dejado sus familias, porque no podían hacerse cargo de ellos.
La mamá de Pepiño los cuidaba a todos por igual. A todos los quería muchísimo.
Pepiño se lo pasaba muy bien con los animales del refugio, aunque su mamá siempre le decía que tuviera cuidado y que no abriera las jaulas para evitar problemas. Así que aprovechaba cuando su mamá sacaba a algún animal para acariciarlo. Algunas veces incluso podía jugar con él.
Un día llegó al refugio una familia con un animal enorme. Era un caimán. En realidad no era muy grande para ser un caimán, pero a Pepiño le pareció gigantesco. Estaba dentro de una gran jaula que parecía de cristal, que iba sobre ruedas. La jaula tenía una tapa superior, llena de agujeros, para que el caimán pudiera respirar. Lo habían tenido desde pequeñito, pero ya no podían mantenerlo en su casa, porque era muy peligroso.
La mamá de Pepiño se comprometió a buscar la manera de que el caimán estuviera en un hábitat más apropiado.
—Pepiño, ni se te ocurra acercarte al caimán —dijo su madre.
—Oído, mami —dijo Pepiño.
—Voy a hacer unas llamadas —dijo su madre—. Por favor, no toques nada.
—Yo vigilo, mami —dijo Pepiño.
Mientras la mamá de Pepiño hacía las llamadas, el niño empezó a merodear alrededor del caimán. Este estaba tan quieto que, si no fuera porque tenía los ojos abiertos, parecería que estaba dormido.
De pronto, a Pepiño se le preguntó si los caimanes realmente podían cerrar los ojos. Así que se acercó un poco más, con mucho cuidado.
De pronto, el caimán se lanzó contra el niño con la boca muy abierta. Pero se dio de bruces contra la pared transparente. Aun así, Pepiño se asustó muchísimo y dio un gran respingo, con tan mala suerte que empujó el carro.
La jaula se precipitó contra las jaulas de los perros, abriendo una salida. Muchos perros salieron y empezaron a ladrar al caimán, mientras este lanzaba dentelladas al aire.
La madre de Pepiño salió enseguida. Llegó justo a tiempo, porque con el golpe se había movido la tapa superior de la jaula del caimán.
La madre de Pepiño cogió un palo y, con gran destreza, colocó la tapa en su sitio.
D
espués reunió a los animales y los metió en una de las jaulas grandes, les dio unas chuches para mascotas y volvió junto a Pepiño. Lo abrazó para que se tranquilizara.
—¡Has sido muy valiente, mamá! —dijo Pepiño—. No te has puesto nerviosa ni nada.
La madre de Pepiño respondió con una sonrisa.
Unos minutos después llegó un gran camión. Venía del zoo. Ellos se llevarían al caimán y lo cuidarían. Y en el zoo le prepararían un buen sitio para que estuviera a gusto.
—Seguro que en el zoo le darán un buen apartamento, mejor que esa caja tan siniestra —dijo Pepiño.
—Seguro que sí —dijo su madre.
—¿No me vas a reñir? ¿Por acercarme al caimán? —preguntó Pepiño.
—Creo que con el susto que te has llevado no es necesario que te diga nada más —dijo su madre—.
Y pasaron la tarde arreglando el desastre y recogiendo a los animales que todavía estaban fuera.