Había una vez un bosque en el que vivía un trol muy malo que tenía aterrizados a todos los habitantes del lugar. Los que más peligro corrían eran los animales pequeños, como los conejos y las ardillas. Estos eran el plato favorito de aquel malvado trol.
Un día, mientras preparaba una de sus trampas, el trol se clavó una enorme astilla en la mano. Intentó quitársela con la otra mano, pero esta se le enredó en la trampa. Atrapado, el trol gritó, pidiendo auxilio:
-¡Socorro! ¡Que alguien me ayude!
Muchos animales escucharon gritar al trol. Al principio ninguno se acercó a él, pensando que era una trampa para atraparlos.
Pero las horas pasaban y el trol seguía pidiendo ayuda. Pero ya no gritaba, sino que lloraba.
-¡Me duele! -gemía el trol-. ¡Me duele! Y tengo mucha hambre.
Así pasaron los días sin que ningún animal se acercase al trol. Hasta que pasó por allí un conejito jovencito que se paró a ver qué ocurría.
-¿Qué te ha pasado? -preguntó el conejito.
-Me he clavado una astilla en la mano y me duele mucho -dijo el trol.
-¿Por qué no te la quitas? -preguntó el conejito.
-Tengo la otra mano atrapada -dijo el trol.
-¿No te la puedes arrancar con los dientes? -preguntó el conejito.
-Lo he intentado, pero es tan pequeña que no la puedo enganchar -dijo el trol.
-¿Por qué nadie te ha venido a ayudar? -preguntó el conejito.
-Porque soy malo y me tienen miedo -dijo el trol-. Pero si tú me ayudas promete devolverte el favor.
-Te ayudaré entonces -dijo el conejito. Y se puso manos a la obra, o mejor dicho, dientes.
Cuando por fin consiguió sacar la astilla de la mano del trol, este liberó su otra mano de la trampa.
-Ahora me toca a mí pedir el favor -dijo el conejito-. Quiero que…
-Para el carro, chaval, que la cosa no va así -interrumpió el trol-. Tú me has ayudado y yo, a cambio, no he aprovechado para agarrarte y comerte mientras estabas en la palma de mi mano. Así que estamos en paz. Vete corriendo antes de que cambie de opinión.
El conejito se marchó corriendo de allí, muy enfadado.
-Me ha engañado -dijo el conejito, cuando por fin paró.
Un ciervo que andaba por allí y que lo había visto todo le dijo:
-En realidad, no te ha engañado. Simplemente, te ha dicho una verdad camuflada para persuadirte de que hicieras lo que él quería.
-Es un ser malvado -dijo el conejillo.
-Lo es -dijo el ciervo-. Más te vale aprender la lección y no volver a ayudar a ningún otro ser malvado como él. ¿Por qué te crees que ningún otro animal le había ayudado antes de que llegaras?
-Pero estaba sufriendo tanto… -dijo el conejillo.
-Los que van a sufrir ahora son los animales que tendrán que huir de él de nuevo, amiguito -dijo el ciervo.
-Yo quería pedirle a cambio de salvarle que nos dejase en paz -dijo el conejillo.
-Pues la próxima vez que hagas un trato asegúrate de que el otro sabe lo que tú quieres y lo acepta -dijo el ciervo.
El conejito se quedó pensando en lo que le había dicho el ciervo y decidió que, a partir de entonces, estaría más atento para que nunca más le volverían a engañar.