El rey Bobis era conocido por sus extravagantes retos y concursos. Con sus ideas traÃa de cabeza a todo el reino, incluso a los reinos vecinos.
Una vez se le ocurrió hacer un concurso de tortillas gigantes, cuyo premio era un hermoso caballo blanco, único en el mundo. El que hiciera la tortilla más grande se llevarÃa el animal. Pero la gente hizo tortillas tan magnÃficas que ni siquiera pudieron entrar por la puerta. Asà que tuvieron que quedarse fuera.
Otra vez, al rey Bobis se le ocurrió organizar un concurso de fogatas. Y ofreció una estancia vacacional en su palacio al que hiciera el fuego más grande. Pero fue un desastre, porque las hogueras eran grandes que terminaron juntándose unas con otras. Y a punto estuvieron de incendiar el bosque.
Pero el rey Bobis no perdÃa la esperanza de lanzar un reto realmente grandioso que le hiciera pasar a la historia. Asà que no dejaba de darle vueltas y de proponer cosas que, aunque a él le parecÃan fantásticas, en el fondo no lo eran.
Hasta que un dÃa se le ocurrió una idea. Sin explicar nada a nadie, el rey Bobis reunió a sus ministros y consejeros y les dijo:
—Nombraré primer ministro a aquel que me raiga el animal más grande del mundo. Pero ya lo tengo todo pensado, no nos vaya a pasar lo mismo que con las tortillas. Habilitaremos una gran zona para poder albergar a los animales que nos traigan.
La noticia del gran reto del rey Bobis llegó a todos los rincones del mundo. En apenas unas semanas llegaron hasta el palacio varios elefantes, rinocerontes, hipopótamos y osos, todos ellos gigantescos. Incluso hubo quien se presentó con un dragón y otro con un dinosaurio. También apareció alguien con una gran pecera en la que llevaba una ballena.
—Y ahora ¿cómo sabremos cuál es el más grande? —preguntó uno de los consejeros.
—El ganador será el más pesado —dijo el rey.
El problema es que no habÃa manera de saber cuál era el animal más pesado de todos, pues no habÃa una balanza tan grande como para pesar a aquellos ejemplares.
—Propongo trocearlos y pesarlos por partes —dijo uno de los ministros.
—¡Salvaje! —exclamó el rey—. ¿Cómo se te ocurre tal cosa?
—Lanza otro reto para que alguien construya una balanza lo suficientemente grande —dijo uno de los consejeros.
—¿Y qué hacemos con todos estos animales mientras tanto? —dijo el rey.
La pequeña princesa se acercó a su papá y le dijo algo al oÃdo. Al rey Bobis se le iluminaron los ojos. Cuando la niña acabó, dijo a todos:
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€”Esto es lo que haremos. Necesitamos una gran balanza. En un lado colocaremos a un animal y en otra a otro. El que más baje de los dos será el más pesado. Iremos comparando uno con otro hasta que hallemos al más pesado.
A todos los pareció buena idea. Pero cuando quisieron subir a los animales a las plataformas de la balanza se encontraron que eran tan pesados que era imposible colocarlos para comparar su peso.
Tras dÃas de intentos, poco a poco todos los concursantes se fueron retirando, llevándose con ellos a los animales que habÃan llevado.
Una vez más, el rey Bobis se quedó sin ganador. Pero no tiró la toalla, y siguió pensando en otros retos y concurso.
Lo que sà hizo esta vez fue entregar el premio, nombrando a su hija primera ministra, ya que ella fue la única que habÃa dado una solución que podÃa solucionar el problema. Algo es algo, al fin y al cabo.