El huevo de Año Nuevo
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El huevo de Año Nuevo

Edades:
A partir de 4 años
El huevo de Año Nuevo Érase una vez una bruja bastante traviesa. Todas la conocían como la bruja Tempuja, porque en cuanto te descuidabas te daba un empujón y te tiraba al suelo.

La bruja Tempuja tenía una debilidad: le encantaba comer huevos de dragón. De niña, su abuela le regaló uno el día de Año Nuevo para que lo incubara y, cuando saliera el dragón del cascarón, fuera su mascota. Pero la bruja Tempuja, al verlo, dijo:

—Año Nuevo, rompo un huevo

Y se lo comió.

La bruja Tempuja recibió una gran reprimenda por ello, pero a ella le dio igual. Lo único que quería era otro huevo. Pronto descubrió que los huevos de dragón solo se pueden coger el día de Año Nuevo, así que no le quedaba más remedio que esperar.


Para que la bruja Tempuja no consiguiera romper un huevo de dragón, las demás brujas la encerraban el día Año Nuevo en una mazmorra. Pero a medida que se hacía mayor, la bruja Tempuja también iba aprendiendo, así que se escapa días antes para que no la cogieran.

La cogían a tiempo, pero cada vez era más difícil. Así que las brujas decidieron hacer otra cosa: proteger los huevos de dragón.

Pero había dos problemas. Para empezar, los huevos de dragón no se podían mover el día de Año Nuevo. Y, además, si la bruja llegaba a la cueva y no encontraba el huevo, se enfadaría, e iría a por otro.

La solución que encontraron las brujas fue sencilla: sustituir el huevo de dragón por otro. La bruja hacía muchos años que no veía un huevo de dragón. Seguramente, ni siquiera se acordaría de su sabor. Así que la trampa parecía bastante sencilla.

La bruja Pedruja encontró la solución.

—Hagamos un huevo de chocolate, bien grande.

—¿Qué es el chocolate? —preguntaron las brujas.

—Oh, una sustancia maravillosa que trajo mi padre de muy lejos, que nadie más que mi familia conoce —explicó la bruja Pedruja.

A la mayoría les pareció buena idea, aunque la bruja Burbuja no lo tenía claro. Y se lo contó a las demás:

—Seguro que a la bruja Tempuja se extraña. No solo por el color, sino por el relleno. Al fin y al cabo, lo que se come del huevo es lo que hay dentro, no la cáscara.

La bruja Pedruja levantó una ceja, frunció medio ceño y abrió la boca, pero no dijo nada. No se movía. Casi ni respiraba. Estaba pensando. Todas las demás esperaron, inquietas.

La bruja Pedruja ya estaba casi morada cuando cogió una gran bocanada de aire y dijo:

—Tienes razón. Haremos una cáscara con pasta de azúcar y la meteremos un relleno líquido de chocolate negro, chocolate blanco y chocolate con leche.

Y se pusieron manos a la obra.

Mientras las brujas trabajaban en el falso huevo de dragón, la bruja Tempuja ya estaba maquinando su escapada.

—Hay que terminar pronto el huevo, antes de que nos pille —decía la bruja Pedruja.

—Algunas de nosotras deberíamos volver a la cueva, antes de que la bruja Tempuja sospeche —comentó la bruja Burbuja.

Varias brujas la acompañaron a la cueva, para disimular.

Cuando el huevo estuvo listo, las demás regresaron también. Pero la bruja Tempuja ya no estaba.

—Por los pelos —dijo la bruja Burbuja—. Nos ha costado mucho entretenerla.

Pasaron los días y llegó la fecha señalada. La bruja Tempuja estaba muy nerviosa. Estaba convencida de que ese año, por fin, iba a encontrar un huevo de dragón.

Cuando lo vio gritó muy contenta:

—¡Año Nuevo, rompo un huevo!

Y le dio un golpe. El cascarón se abrió. Dentro estaba su tesoro. La bruja Tempuja empezó a comer lo que había dentro.

—¡Uhm, qué bueno! No recordaba yo que esto estuviera tan rico —dijo la bruja Tempuja.

Y así, año tras año, las brujas montaban la farsa del huevo de dragón haciendo un enorme huevo de pasta de azúcar relleno de chocolate.

Fue bien, al menos hasta que a la bruja Granuja no se le ocurrió otra cosa que hacer un pastel de chocolate para celebrar la Navidad.

Cuando las demás se enteraron lo celebraron muchísimo. Solo la bruja Burbuja y la bruja Pedruja se dieron cuenta de la metedura de pata.

Pero era demasiado tarde. La bruja Tempuja ya había metido el tenedor en el pastel.

—¿Pastel de huevo de dragón? —preguntó la bruja Tempuja —. ¡Imposible! Todavía no es Año Nuevo.

Sin darse cuenta de lo que decía, la bruja Granuja dijo:

El huevo de Año Nuevo—No. ¡Pastel de chocolate!


—¿¡Chocolate!? —gritó de pronto la bruja Tempuja—. Y ató cabos. —¿Me habéis estado engañando todos estos años?

Nadie contestó.

Pasó un rato hasta que la bruja Tempuja volvió a hablar.

—Pues qué suerte he tenido entonces, porque esto está buenísimo. Si no os importa, este año me dejáis el huevo abajo, así me ahorro el paseo y las noches durmiendo al aire libre. Que los años nos pasan en balde y cada vez me cuesta más.

Las demás brujas se quedaron atónitas, pasmadas, boquiabiertas, sorprendidas, asombradas…

—Pues entonces… ¡Que siga la fiesta! —dijo la bruja Granuja.

Entre todas dieron buena cuenta del pastel mientras cantaban, bailaban y hacían alguna que otra brujería.

Al día siguiente empezaron a preparar el huevo de dragón. Y cuando llegó el día de Año Nuevo se lo dejaron a la Bruja Tempuja escondido detrás de unos matorrales para que lo encontrara.

Cuando lo encontró, la bruja Tempuja gritó:

—¡Año Nuevo, rompo un huevo!

Todas aplaudieron muy dichosas al ver a su compañera tan feliz.

—¿A qué esperáis? —dijo la bruja Tempuja?—. ¡Vamos, ayudadme a comer esto, que hay para todas!

Muy agradecidas, las demás brujas se acercaron a compartir el huevo de chocolate.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado y un nuevo año ha empezado.
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