Pipiripín se pasaba el día cantando desde su rama. Todos los animales del bosque adoraban el canto de aquel pequeño pajarito.
Pipiripín era muy pequeñito, pero su canto era muy potente. Además, era muy melodioso y agradable.
—¡Qué suerte tenemos de tener a Pipiripín en nuestro bosque! —decían todos los animales.
Incluso los demás pájaros adoraban a Pipiripín. Todos le pedían consejo para cantar mejor. Algunos días, incluso cantaban a coro, y convertían el bosque en una gran sala de conciertos.
Pero una mañana, al despertar, Pipiripín apenas podía cantar. Su voz salía con dificultad y se hacía daño en la garganta.
—¡Canta, Pipiripín! —le decían sus vecinos.
Haciendo un gran esfuerzo, Pipiripín lo hizo lo mejor que pudo.
Esa noche, Pipiripín durmió bastante mal, porque le dolía mucho la garganta. Aunque lo peor sucedió al día siguiente.
Cuando amaneció, ¡Pipiripín no podía cantar! ¡Se había quedado mudo!
—¿Qué hacemos? ¿Pobre Pipiripín? —decían los demás animalitos.
El zorro Zorrillo se subió a una gran piedra y dijo;
—Iré a buscar al sabio de la montaña. Seguro que él sabe qué hacer.
El zorro Zorrillo corrió todo lo que pudo hasta la cueva donde vivía el sabio de la montaña y le contó el problema.
El sabio se sentó a pensar y, tras unos segundos, al zorro Zorrillo le parecieron horas, dijo:
—Vaya, vaya, así que Pipiripín no puede cantar. ¡Qué lástima! Incluso aquí arriba se le escucha.
—Es un misterio, señor sabio, y necesitamos arreglarlo —dijo el zorro Zorrillo.
—Ven dentro de tres días —dijo el sabio—. Para entonces, tendré la solución.
—¡Eso es mucho tiempo! —exclamó el zorro Zorrilla.
—Lo sé, pero todo lleva su tiempo, amigo —dijo el sabio—. ¡Ah, y dile a Pipiripín que no cante en estos tres días! No puede decir nada. Si sale cualquier cosa por su pico lo oiré, y me desconcentraré.
El zorro Zorrillo se marchó. Cuando los demás animales escucharon lo que había dicho el sabio, se pusieron muy tristes.
—¿Qué haremos sin el canto de Pipiripín? —se lamentaron.
—Pues no queda otra; el sabio de la montaña necesita concentrarse para resolver este misterio —dijo el zorro Zorrillo.
A los tres días, el zorro Zorrillo regresó a ver al sabio de la montaña.
Al verlo, el sabio le dijo:
—He resuelto el problema y Pipiripín ya podrá cantar hoy.
—¿Por qué se quedó sin voz? ¿Ya has descifrado el misterio?—preguntó el zorro Zorrillo.
—¡No había ningún misterio, zorro Zorrillo! ¡Pipiripín se quedó afónico de tanto cantar para satisfacer vuestras necesidades! —exclamó el sabio de la montaña.
—No entiendo nada —dijo zorro Zorrillo.
El sabio continuó, un poco más calmado.
—Os pasáis el día pidiendo a Pipiripín que cante, porque os encanta escucharles. Y él, como es muy amable y quiere veros felices, canta todo el día. Y enseña a cantar a los demás. Tanto canta que se le cansa la garganta. Y se ha quedado sin voz.
—Pero ¿se le ha curado? —preguntó el zorro Zorrilla.
—Sí, después de tres días de descanso —dijo el sabio—. Pero tiene que ser más moderado y no forzar tanto la voz. Si no, le volverá a pasar.
—¿Y qué pasará si se queda afónico muchas veces? —pregunto el zorro Zorrillo, preocupado.
El sabio le acarició la cabeza y le dijo:
—Si sigue forzando la voz se le estropeará. Así que no abuséis tanto. Si queréis que siga cantando así de bien, recordadle que tiene que cuidarse. Tiene que descansar más y beber mucha agua para tener la garganta bien hidratada.
El zorro Zorrillo le dio las gracias al sabio de la montaña y volvió al bosque.
Todos se pusieron muy contentos al ver que Pipiripín ya estaba bien. Desde entonces, todos le ayudan a cuidarse la voz. Le recuerdan que tiene que descansar y le llevan agua fresca de una fuente donde sale tan limpia y cristalina que parece mágica.
Así fue como el zorro Zorrillo resolvió el misterio de Pipiripín, el pájaro cantarín, y cómo, entre todos, evitaron que volviera a suceder.