Había una vez una casa abandonada en la que vivía una extraña familia formada por un gato, un perro, un ratón y un murciélago.
A pesar de ser tan distintos, el perro, el gato, el ratón y el murciélago eran muy amigos y vivían en paz, ayudándose unos a otros. Sin embargo, el perro, el gato y el ratón estaban muy preocupados por el murciélago. El pobre era muy torpe y se daba un golpes tremendos cada vez que quería volar.
Al principio, el perro, el gato y el ratón se reían del murciélago. Le decían que tenía que prestar más atención. También le decían que tenía que espabilar, que no se podía pasar todo el día durmiendo. Al murciélago intentaba salir de día para complacer a sus amigos, pero la cosa no iba bien y se volvía a esconder.
Pero poco a poco empezaron a ver que su amigo tenía un problema más grave.
-Nadie puede ser tan torpe -decía el perro.
-A lo mejor deberíamos preguntar por ahí, a ver si alguien sabe algo de lo que le pasa al murciélago -dijo el ratón.
-Yo me encargo -dijo el ratón. Y se fue a buscar a alguien que le pudiera informar.
Unos días después, el gato volvió.
-He hablado con los gatos de la biblioteca de la ciudad y ni os imagináis lo que me han contado -dijo el gato.
-Cuenta, cuenta -dijeron el perro y el ratón.
-Al parecer, a la mayoría de los murciélagos le molesta la luz, y por eso nuestro compañero se pasa el día escondido -explicó el gato-. Lo que no se podían explicar mis colegas es por qué nuestro hermano murciélago es tan torpe. Al parecer, los murciélagos se orientan usando una especie de radar, un sentido que se llama ecolocalización.
-¿En serio? -dijo el ratón-. ¡Qué fuerte!
-
Sí, eso pensé yo -dijo el gato-. Lo que no entendían era porque el de nuestro amigo no funcionaba. Y encontraron algo sorprendente. Al parecer algunas polillas interfieren en el radar de los murciélagos. Y entonces lo entendí. ¿No os habéis dado cuenta de que hay muchas polillas aquí?
-Nunca pensé que fueran un problema -dijo el perro-. Tendremos que pedirles que se vayan.
Las polillas aceptaron irse de la casa a cambio de unos buenos jerseys de lana que el perro y el gato se ocuparon de buscar en los contenedores.
Ni el perro ni el gato ni el ratón se han vuelto a reír del murciélago, y le respetan para que salga cuando él quiera. Y siguen viviendo juntos y felices formando su extraña familia.