El profesor Lator estaba todo el día hablando de reciclaje. En realidad, el profesor Lator se llamaba don Crisóstomo. Lo de profesor Lator le venía, precisamente, de dar la lata con las latas.
Lejos de tomárselo a mal, don Crisóstomo se había tomado bien lo de su apodo. De hecho, le pareció una buena manera de enviar su mensaje.
El profesor Lator se pasaba el día inventando artilugios que favorecieran el reciclaje y que animaran a los muchachos a preocuparse más por los residuos y la basura que producían. Pero no terminaba de conseguir tan buenos resultados como él quisiera.
Un día, el profesor tuvo una idea. Era simple, pero prometía ser eficaz. Para que los alumnos le hicieran más caso, el profesor Lator decidió organizar una presentación por todo lo alto y anunciar un concurso.
Cuando en la ciudad se enteraron de que el profesor Lator iba a presentar un nuevo invento y que habría un concurso para ver quién lo empleaba mejor, todos se interesaron por él.
-Tiene que ser la bomba, puesto que es la primera vez que presenta un invento con tanta parafernalia -decía la gente.
Y llegó el día. El profesor Lator salió al escenario y, tras una breve pero interesante charla sobre el problema que suponían los plásticos y los envases para el medio ambiente, pasó a la presentación oficial.
-Y, con todos ustedes -empezó a decir el profesor Lator- les presento ¡EL RECOPILATOR!
La gente aplaudió, pero se quedó muda al ver en qué consistía el invento.
-¡Pero si es una garrafa de agua vacía! -decía la gente.
-¡Sí, pero no es una garrafa cualquiera! -dijo el profesor Lator-. Fíjense. Tiene una pestaña cortada arriba, en forma de uve invertida, en uno de sus lados. Como algunas papeleras, ya saben. Si aprieta con una lata sobre la pestaña, esta cae al interior del recipiente y este queda cerrado.
-¡Es una tontería! -gritaba la gente.
-No. ¡Es genial! -dijo el profesor Lator-. El propio envase que hay que reciclar hace de envase para reciclar elementos más pequeños. Es perfecto para todo tipo de envases.
-¿Y el concurso? -preguntó alguien.
-El concurso consiste en meter tantas latas y envases como sea posible en un recopilator -explicó el profesor Lator-. El plazo acaba dentro de un mes. Cada concursante puede presentar tantos recopilatores como desee. Para seleccionar al ganador se pesará el recopilator. Como comprenderán, no vamos a vaciarlo.
La gente se fue un poco mosqueada con el profesor Lator. Pero por nada del mundo iban a dejar de participar en un concurso como ese. Y así todo el mundo se puso a meter latas vacías y otros envases.
La gente hizo todo tipo de experimentos. Lo primero que descubrieron fue que los envases, cuanto más plegados se meten, menos espacio ocupan, con lo cual el recopilator admite más envases y, con ello, pesa más.
Otra cuestión importante que descubrió la gente es que, cuanto más grande era la garrafa, es decir, el recopilator, más envases admitía. Así que la gente empezó a comprar garrafas de agua cada vez más grandes.
Y así llegaron a final de mes. El lugar acordado para la recogida se llenó de recopilatores llenos a rebosar.
Nadie quiso que se pesaran los recopilatores. Todos se sintieron ganadores. Desde entonces, el recopilator es el artilugio oficial de reciclado de envases en aquella ciudad y en todas las de su alrededor. Y cada vez en más lugares se emplea este invento.
Incluso quienes no compran agua embotellada buscan soluciones parecidas y convierten envases grandes en recopilatores de reciclaje.
Y aquí está la gran aportación del profesor Lator al mundo y al medio ambiente.