Gastón aún estaba en la escuela primaria, pero ya soñaba con ser de mayor un famoso diseñador de modas. El niño le pedía a su madre que le comprara revistas relacionadas con el mundo de la indumentaria y la moda para ver los creativos atuendos de la temporada.
A Gastón le gustaba probar diferentes atuendos en sí mismo. Con las cosas que encontraba en su casa y las ideas que veía en las revistas, solía vestirse de maneras muy originales y fuera de lo común.
Como en su escuela no se utilizaba uniforme, el niño aprovechaba para lucir sus atuendos a diario. Pero a medida que los días pasaban, algunos otros niños miraban raro a Gastón y hacían comentarios sobre su forma de vestirse.
—Mira Gastón, pareces un jubilado con esa boina— comentó burlón un niño al ver entrar al pequeño diseñador.
En otra ocasión, Gastón había combinado una de sus camisas favoritas con una bufanda florida y unos aretes de su madre.
—¿Hoy te viniste de niña, colega?— le preguntó con sarcasmo uno de los niños a Gastón.
El niño no respondió al comentario, pero si decidió no volver a usar las prendas que traía consigo ese día.
Al día siguiente, Gastón fue a la escuela con un look algo militar. El día anterior había estado revolviendo las pertenencias de su abuelo, que de joven había prestado servicios al ejército nacional.
—Ahí viene el coronel, cuidado, chicos— comentó un muchacho al ver pasar a Gastón.
—¿No me queda bien?— pregunto Gastón al niño— . Buscaré una mejor idea para la próxima.
Gastón se sentía incómodo y algo avergonzado. Él se tomaba su tiempo cada día para pensar en su atuendo. Además, buscaba ideas permanentemente en las revistas que su madre le compraba y en los desfiles de moda que veía en la tele. Se frustraba por ser criticado día tras día.
El niño se encontraba desganado y cabizbajo pensando en todo eso, sentado en una escalera en el patio de su escuela.
—¿En qué estás pensando que traes esa cara?— preguntó una de las maestras mientras se acercaba al niño.
—Bueno… Es que…
En el primer momento Gastón dudó en abrirse a la profesora, pero se sentía tan frustrado que lo hizo
—Es que cada día me preparo un atuendo con mucho esmero, sueño con dedicarme a la moda.
—Eso es muy bueno— agregó la maestra—. ¿Qué hay de malo con eso?
—Sucede que elija lo que elija, los otros niños critican algo o hacen comentarios desagradables al respecto.
—Pero eso pasa siempre Gastón, hagas lo que hagas los demás van a comentar. Si haces, porque haces
, si no haces, porque no haces. Todos tenemos gustos y opiniones distintas, y la gente suele dar su opinión sin que la pidan muchas veces.
—¿Y qué hago entonces, profe?
—Lo que a ti te guste y te haga sentir bien, mientras no perjudiques a nadie haz lo que mejor te parezca.
—Eso suena bien— dijo sonriendo Gastón.
—No dejes que los comentarios del resto te alejen de hacer las cosas que te hacen feliz— dijo la maestra al niño sin saber que esas palabras las recordaría por el resto de su vida.
A partir de ese día Gastón siguió eligiendo a diario sus vestuarios para ir a la escuela. Los comentarios seguían, pero él los ignoraba y solo procuraba hacer lo que él realmente sentía. Con el tiempo la personalidad de Gastón y su actitud se fueron fortaleciendo, y recibía cada vez menos críticas y más admiración del resto.