Laura llegó al pueblo donde sus tíos habían veraneado siempre. Ellos nunca habían ido porque quedaba un poco lejos y sus padres nunca podían coger muchos días de vacaciones. Este año papá cambiará de trabajo en septiembre y han podido hacer un montón de cosas en verano.
Laura decidió salir a dar un paseo mientras los mayores colocaban las cosas en la nevera, los armarios, la terraza… ¡Qué de cosas utilizan siempre los mayores! A sus once años ya le dejaban dar un paseo sola si ellos estaban cerca, así que salió con cuidado y con su teléfono móvil a mano.
En el pueblo parecía que no había mucha gente y sobre todo que no había muchos niños. Solo había casas marrones y pequeñas, con pocas ventanas. Al parecer lo bonito de ellas es que todas tenían jardín y un patio para poder hacer barbacoas con los vecinos y la familia. Eso es lo que no hay en las ciudades.
Detrás de una enorme casa roja vio un pequeño jardín. Un jardín con hierba verde oscura, con un rosal que tenía dos rosas blancas, ¡Era precioso! Se acercó un poco más, aunque le daba un poco de miedo pues el silencio rodeaba la zona. Cuando lo tenía delante, estaba sorprendida, nunca había visto una flor tan perfecta. Al lado del rosal había una fuente de mármol blanco y un pequeño bloque de piedra oscura. Se dirigió a este último y se dio cuenta de que era un pozo.
Decidió utilizar la luz de su móvil para observar de cerca el pozo. Nunca había visto uno, lo reconocía por las imágenes que había en su libro de historia. La piedra estaba fría y el fondo muy negro. Empezaba a tener miedo por lo que decidió irse. Volvió corriendo a la casa, estaba al lado y sus tíos cuando la vieron le preguntaron por dónde había ido a pasear. Les contó el hallazgo del jardín y ellos le contaron una historia:
-Se dice del pozo que fue construido hace muchos años. Una de las familias más ricas construyo en el pueblo la casa roja que viste delante del jardín. Es enorme, con muchas habitaciones, un gran salón, una bodega y un jardín muy grande del que solo queda la parte que tú viste y que ahora ya es pública del pueblo. El dueño de esa casa tenía un hijo llamado Gabriel. Este estaba siempre enfadado y se dedicaba a hacer travesuras, aunque algunas eran verdaderas gamberradas. Un día su padre tenía un reloj que llevaba colgado en las camisas. Lo quería llevar siempre con él. Era muy valioso y había vivido muchas cosas en su compañía. Allá donde iba toda la gente admiraba su reloj. Un buen día Gabriel, enfadado con su padre, decidió que esa noche le robaría el reloj y se lo quedaría para algún día ser tan importante como él y llevarlo puesto. Su padre se dio cuenta y la noche siguiente tuvieron una discusión muy fuerte. Gabriel caminó por la casa roja hasta llegar al jardín y allí delante de su padre le dijo que el reloj o era suyo o no sería para nadie. El padre se lanzó contra Gabriel y le quitó el reloj, se dice que lo lanzó al pozo diciendo: "Este reloj ya no será para mí, porque tú me lo has quitado pero caerá en las profundidades de este pozo y volverá a aparecer para aquella persona que lo merezca y no serás tú". Así que cuenta la leyenda que mucha gente se pasa a diario cerca del pozo a ver si aparece flotando el reloj y son los elegidos para tenerlo.
Laura se sintió entusiasmada. Estaba veraneando en un pueblo con un pozo misterioso. Los días pasaron y aunque se acercaba al jardín y se quedaba mucho tiempo mirando en las profundidades del agua del pozo, ese verano a Laura no se le apareció el reloj de oro perdido. Llegó el invierno y lo que si pasó es que pasaba los meses con ganas de disfrutar de las cenas al aire libre del pueblo, de dos amigos que conoció allí, de lo bien que se lo pasó contando el misterio a sus amigos de la ciudad y de las ganas de volver a pasearse por el jardín esperando poder ser la elegida y tener el valioso reloj en su poder.