Había una vez un príncipe, heredero de una gran reino, al que no había manera de casar. El rey estaba muy preocupado. Si el príncipe no se casaba no podría heredar el reino, pues así eran las cosas por aquellas tierras.
Y no es que el príncipe no se quiera casar. Lo que ocurría es que ninguna princesa mostraba interés por él.
El príncipe era inteligente, amable, divertido y atlético. Le gustaba leer, pasear por el jardín y era tuerto.
Un día, el príncipe le preguntó a su padre, el rey:
-Padre, ¿qué es lo que no le gusta a las princesas de mí? ¿Es que mi conversación no es interesante? ¿Es que no les agrada pasear conmigo? ¿O es porque los libros que leo les resultan estúpidos?
El rey no supo qué decir. Entonces, el príncipe pensó que tendría que ir a buscar la respuesta lejos de allí. Y se fue.
El príncipe recorrió leguas y leguas a caballo. Fue a preguntar a todos los sabios del reino y de los reinos cercanos, y de los más lejanos también. Pero nadie le daba una respuesta.
Hasta que un día llegó a una cueva donde vivía un hombre muy viejo que no veía nada. El hombre pidió al hombre que se describiera. Cuando el príncipe lo hizo el hombre concluyó:
-No entiendo qué es lo que pasa. Déjame que te toque, a ver si encuentro algo raro.
En cuanto el hombre le puso una mano en la cara exclamó:
-¡Estás tuerto!
-¿Cuál es el problema? Nadie me había dicho nunca que fuera un problema, y se ve bien, pues llevo un parche.
El hombre no supo qué decir. El príncipe se marchó entristecido, no porque ser tuerto fuera un problema, sino porque nadie jamás se había atrevido a decírselo, ni siquiera su propio padre.
Cuando llegó al palacio se presentó frente a su padre y le dijo:
-¡Este es mi problema! ¡Ser tuerto!
-Hijo, nadie quería hacerte sentir mal…. -respondió el rey.
-Yo no me siento mal -dijo el príncipe-. Puede que me falte un ojo, pero eso no me impide ver lo que es importante. Si eso supone un problema para ti o para el reino, está bien claro quién tiene el problema. Y no soy yo.
A partir de ese día las cosas cambiaron. La ley que obligaba al heredero estar casado para subir al trono fue derogada. Las damas empezaron a mostrar interés por el príncipe. Pero el príncipe no mostraba interés por ninguna de ellas, porque con ninguna de ellas era capaz de tener una conversación interesante.
Llegado el momento, el príncipe tuerto se convirtió en rey. Dicen que poco después hizo un viaje disfrazado y que conoció a una muchacha con la podía hablar de cualquier cosa. ¿Se casaría con ella? ¿Le diría quién era en realidad? Eso es ya otra historia.