Hace mucho tiempo, un gran terremoto destruyó por completo el Reino de Grini Lender. Ni siquiera el gran castillo sobrevivió a los movimientos de tierras. Los supervivientes huyeron, temerosos de la tierra volviera a temblar.
Pasaban los años y nadie quería volver al lugar. Tampoco quiso nadie establecerse en aquellas tierras abandonas. Incluso los viajeros rodeaban el Reino de Grini Lender. Al parecer, una maldición había castigado a aquel lugar y a sus gentes, y nadie quería comprobar si la historia era cierta. Solo algunos se habían aventurado a internarse en aquellas tierras, pero ninguna había vuelto a salir jamás.
Un día llegaron a aquel lugar un caballero y un muchacho, ambos a lomos del mismo caballo. La gente que los vio aproximarse a la frontera de Grini Lender les había avisado de que aquella tierra estaba maldita.
—Nadie entra en ese lugar desde hace décadas —le decía la gente—. Es un lugar maldito. Ninguno de los que han entrado aquí ha salido jamás, desde la gran tragedia.
—Será un escondite perfecto, entonces —pensaba el caballero mientras se dirigía derecho al corazón de aquel reino abandonado.
La vegetación estaba tan alta y salvaje que el pequeño grupo no tardó en quedar oculto a la vista de cualquiera.
—Aquí nadie nos encontrará —dijo el caballero, desmontando del caballo.
Mientras ayudaba al niño a bajar, le dijo:
—Nadie nos encontrará aquí.
Pero no estaban solos.
—¿Quieres sois? —gritó una voz masculina, grave e inquietante.
—¡Mostraos y rebelaré nuestra identidad! —dijo el caballero.
De entre los arbustos surgió un grupo de personas, armadas con palos y piedras.
El caballero se quitó el yelmo. Una melena rizada del color del fuego calló por su espalda.
—Soy Victoria —dijo—. Viajo con Rodrigo, el hijo de mi hermana. Unos mercenarios invadieron nuestras tierras y busco un lugar donde ponerlo a salvo.
—Mi nombre es Lucius —dijo el hombre—. Soy el más anciano del lugar. ¿Por qué es tan importante ese niño?
Victoria contestó:
—Este niño es hijo del último mago del mundo. Si él muere, la magia morirá con él. Es mi deber protegerlo. Sus padres ya no están para cuidar de él.
—Aquí nadie os encontrará —dijo Lucius—. Podéis vivir con nosotros. No somos muchos, pero cuidamos los unos de los otros. Vivimos en el castillo. Allí hay sitio para todos.
Victoria y Rodrigo dieron las gracias y acompañaron a Lucius. Allí el niño aprendió a dominar el don de la magia y, con ella, ayudó a todos en lo que necesitaron.
Entre todos convirtieron Grini Lender en un refugio para todos aquellos que eran perseguidos injustamente.