La comunión de Javier era dentro de quince días y él estaba muy ilusionado. Toda la gente le preguntaba por el gran día y él se sentía muy orgulloso. Parecía que con ese paso se acercaba más a lo que se supone que era “ser mayor”. Se lo tomaba muy en seri y, por eso, llevaba mucho tiempo preparándose para el evento.
Un sábado por la tarde que salió con sus padres a hacerse las fotos con su traje especial se encontraron a un hombre con un sombrero marrón que se asomó por la puerta de su tienda. Una tienda que, en realidad, era una joyería. El hombre miró hacía él y le hizo un gesto con la mano, no entendía nada y sus padres le dijeron: "Corre, vete con él que te quiere dar una cosa".
¿Una cosa? ¿Un regalo? Javier pensaba qué podía ser, si a ese señor no lo conocía de nada. Entró a la tienda que estaba muy iluminada y había un montón de cosas que brillaban a su alrededor. Ese día descubrió que las joyerías son bonitas.
El hombre sacó un paquete con un papel de regalo azul, curiosamente su color favorito, se lo tendió delante del mostrador y le dijo que lo abriera. Javier abrió el paquete y resulta que era… ¡un reloj! Pero no un reloj cualquiera.
Javier estaba cansado de su reloj de peces de siempre y tenía ganas de un reloj diferente y este lo era, de enorme agujas doradas, con diferentes esferas por dentro y una correa dura y fuerte para poder jugar sin que se cayera al suelo.
El hombre del sombrero sonreía orgulloso y le dijo:
-Ya me dijeron tus padres como lo querías, sabía que te iba a gustar. Tienes que cuidarlo mucho, es un regalo especial. Tienes que cuidarlo. Te ayudara mucho.
-¿Ayudarme? Un reloj…
Javier se despidió agradecido, pero también extrañado porque le había repetido tantas veces que tenía que cuidarlo…
Cuando salió fuera le enseño el regalo a sus padres, que también le dieron las gracias al hombre del sombrero y se fueron encantados.
Pasó la comunión y muchos días más hasta que llegó incluso un año nuevo. Javier seguía con su reloj. Lo quitaba cada vez que hacía deporte, pero nunca lo llevaba a la playa. Y cada poco le limpiaba la correa. No entendía por qué, pero se sentía obligado a ser responsable y que no le pasara nada.
Un buen día de nuevo iba con sus padres y se encontraron al hombre del sombrero. Javier no perdió la oportunidad y le preguntó:
-Estoy muy contento con el reloj, me sigue gustando mucho pero quería saber si podría aclararme una duda. ¿Por qué lo tengo que cuidar tanto?
-Ay muchacho, tienes que cuidarlo porque el reloj contiene algo muy especial: el tiempo. Es lo más valioso que tenemos y si ya es difícil cuidar el tiempo cuando lo tenemos en cuenta a través del reloj, si pierdes el reloj, puedes perder el tiempo en cosas sin importancia y te perderás cosas a tu alrededor.
Javier no entendió muy bien el mensaje del hombre, aunque su padre se lo volvió a explicar después. Cuando lo entendió fue a medida que fueron pasando los años….