—Mamá, tengo una pregunta muy importante que hacerte.
—Dime, Belinda, ¿qué quieres saber?
—Me da vergüenza.
—Venga, suéltalo. No puede ser tan grave.
—¿Las ranas tienen culete?
—¿Cómo dices?
—¿Que si las ranas tienen culete?
—¿Por qué lo dices?
—Por eso que me cantas cuando me hago pupa: “Sana, sana, culito de rana. Si no sana hoy sanará mañana”.
—Eso es una retahíla popular, muy famosa.
—Entonces, ¿las ranas tienen culete o no tiene culete?
—Las ranas tienen algo parecido: tienen cloaca. La cloaca les sirve para deshacerse de los excrementos y también para otras cosas.
—Entonces, ¿por qué la retahíla dice “culito de rana” en vez de “cloaca de rana”?
—Si me guardas el secreto, te cuento la historia.
—Vale. Prometido.
—Hace mucho tiempo vivió una bruja muy poderosa. Aunque hacía algunas maldades, también inventó cosas muy interesantes. Una de sus grandes fórmulas era el ungüento mágico de culito de rana.
—¿Para qué servía?
— Aquella bruja era la instructora principal de la academia de brujas voladoras más importante del mundo en aquellos tiempos. Pero era muy exigente, sobre todo en las prácticas de vuelo. Y debido a ello muchas brujas sufrían aparatosos accidentes cuando volaban con sus escobas. Se daban unos golpes tremendos. Y cuando eso ocurría, la bruja llegaba con su ungüento mágico a base de culito de rana.
—¿Funcionaba?
—Normalmente sí, pero en los accidentes más graves había que esperar un día a que el ungüento hiciera efecto.
—Pero no has respondido a mi pregunta. ¿O es que en aquella época las ranas no tenían cloaca todavía y sí tenían culete?
—Entonces las ranas eran iguales que ahora, pero no se habían estudiado tanto como ahora. Así que llamaban a esa parte culito, porque lo entendían bien.
—¡Pobres ranas! Seguro que alguna especie se extinguió de tanto cazarlas para hacer aquel ungüento.
Pues no, porque no era necesario hacer daño a las ranas. Solamente había que colocarlas encima del ungüento que la bruja hacía con otros ingredientes secretos.
—¿Seguro?
—Seguro. Lo sé de buena tinta, porque el recetario pócimas y ungüentos de aquella bruja está en poder de mi familia desde hace siglos.
—¡Quiero verlo!
—Lo siento, Belinda. Ni siquiera yo lo tengo. De momento lo tiene tu abuela, y solo me deja consultarlo cuando es indispensable.
—¿Cuándo podré verlo yo?
—Cuando te hagas mayor.
—¿Y mientras tanto?
—Confía en mí, que ya sabes que yo lo arreglo todo.
—Eso es cierto.
—Descansa, hija. Mañana te contaré otro secreto secretísimo del libro de la bruja.