La muñeca Lily no se quería mucho a sí misma. Se veía fea y anticuada comparada con las otras muñecas de su dueña. Cuando miraba a las demás sentía que su ropa era un harapo porque estaba hecha a base de retales de costura.
Su pelo le parecía lacio y sucio porque era de simple lana marrón. Sus ojos feos porque estaban bordados y no eran una bolita negra de cristal. Veía a las demás muñecas altas y esbeltas en las estanterías mientras ella siempre estaba sentada entre los cojines de la cama de la niña. Ella tenía el interior de algodón y no podía tenerse en pie y ello le hacía sentirse inferior.
Se sentía un viejo trapo mientras que las otras muñecas le parecían una belleza. Siempre sonriendo con su pelo rubio sujeto por diademas o lazos de raso. Con sus conjuntos de ropa, sus bolsitos a juego y sus preciosos zapatitos.
Un día, no pudiendo soportarlo más, se tiró rodando hacia el suelo y se escondió debajo de la cama de la niña. Permaneció allí entre la oscuridad, llenándose de suciedad, llorando a mares y rodeada de todos esos pensamientos negativos. Sintiendo frío y una absoluta soledad.
Pero lo que Lily no sabía es que la niña adoraba a la muñeca porque se la había hecho su abuela con todo su cariño. Por eso cuando volvió de la escuela y no encontró a su preciosa Lily sentada entre los cojines tal y como la dejó por la mañana, se puso a llorar sin consuelo.
Pero entonces pensó que posiblemente mamá o papá la habrían metido en la lavadora y corrió hasta la cocina. Viendo que estaba equivocaba, rompió a llorar nuevamente. La niña buscó y rebuscó a Lily por todas partes y al fin, la encontró bajo la cama. Hecha un ovillo, tiritando de frío y tristeza.
- ¡Lily!
La niña dio un beso a su muñeca y la abrazó con ternura. Luego la puso en su trono: entre los cojines de su cama.
Lily estaba muy extrañada por esas muestras de cariño y le preguntó a su dueña por ello:
- ¿Por qué te alegras tanto de haberme encontrado? Solo soy una vulgar muñeca...
- Pero Lily, ¿es que no ves que tú eres única? No hay otra muñeca igual a ti en las tiendas – le dijo dulcemente la niña.
- Pero si soy una muñeca de trapo – volvió a responder con desilusión.
- No Lily, te equivocas. Tú estás hecha a mano por mi abuelita. Tienes dentro toda su dulzura.
- Pero si soy muy simple – seguía insistiendo Lily.
- Tú no necesitas adornos ni lazos, porque tu tienes belleza interior. Eres la más hermosa de todas.
Entonces Lily comprendió lo equivocada que había estado siempre. Vio la sinceridad en las palabras de la niña y su reflejo en sus ojos que mostraban la admiración por la belleza de lo sencillo. Lily entendió que ella era la muestra de amor de una abuela hacia su nieta y desde ese momento fue la muñeca más feliz del mundo.