Había una vez una princesa que vivía encerrada en un castillo. El castillo estaba custodiado por un dragón muy feroz que jamás la perdía de vista. Ni cuando dormía, pues lo hacía con un ojo abierto.
La princesa esperaba que, algún día, llegaría un apuesto caballero que se enfrentaría al dragón y la salvaría, tal y como había leído en muchos libros. Y con esa ilusión vivía la princesa.
Pero el tiempo pasaba y el apuesto caballero no llegaba. La princesa se empezaba a poner nerviosa. ¿Por qué ningún noble muchacho iba a buscarla?
Un día apareció por allí un pájaro que se posó en la ventana y le dijo a la princesa:
-Vengo a rescatarte. ¿Vienes conmigo?
-¿Contigo? -preguntó ella-. No sé cómo voy a hacer eso.
-Yo distraeré al dragón y tú saldrás corriendo. No pierdes nada por intentarlo.
A la princesa le pareció una idea de lo más estúpida. Así que, dándole las gracias, rehusó la oferta. Era más seguro esperar allí a su caballero.
Poco después un gato trepó hasta la ventana de la princesa y le hizo la misma oferta que el pájaro. Pero, una vez más, la princesa decidió que era mejor esperar a ser rescatada.
El tiempo siguió pasando sin que ningún caballero se acercara. La princesa se iba haciendo mayor. Le aparecieron las primeras canas y las primeras arrugas. Ella se miraba y pensaba: ¿Por qué nadie viene a por mí?
Un día por la ventana se coló una mariposa. La princesa la miró y le preguntó:
-¿Vienes a ayudarme?
-No -dijo la mariposa-. Vengo a descansar un poco a la sombra. ¿Qué puedes necesitar tú de mí, que solo soy una pobre y débil mariposa?
-Llevo décadas esperando a que venga algún caballero a rescatarme, pero no viene nadie -dijo la princesa-. Tal vez podrías echarme una mano despistando al dragón para que yo escape.
-¿Al dragón? -dijo la mariposa-.Yo sola no podré. Iré a buscar a mis hermanas.
L
a mariposa se fue y regresó acompañada de muchas más.
-El dragón está dormido -le dijo la mariposa-. Vas a bajar y a abrir la puerta con cuidado, sin hacer ruido y vas a irte despacio, sin correr, para no llamar su atención. Nosotras le despistaremos si se despierta.
Y eso fue lo que hizo la princesa. Cuando ya estaba lejos miró hacia atrás. El dragón seguía dormido y las mariposas revoloteaban a su alrededor.
Entonces la princesa se dio cuenta de lo tonta que había sido durante todos esos años y de cómo había perdido el tiempo esperando que alguien fuera a salvarla, cuando estaba en su mano salir de allí por su propio pie. O, al menos, intentarlo.