HabÃa una vez un libro de cuentos en el que todas las historias acababan igual: «Fueron felices y comieron perdices». Y las perdices se acabaron cansando y se rebelaron.
—Ya está bien de tanto final feliz con perdiz —dijo la Adariz, la perdiz—. Final feliz para todos menos para nosotras, que somos las que acabamos en la cazuela.
Todas las perdices estaban de acuerdo y se manifestaron para reclamar su derecho a un final feliz, como todos los demás personajes.
—Pues a mà me parece bien que se rebelen las perdices —dijo el personaje del prÃncipe—. Ya estoy harto de comer siempre lo mismo.
—A mà también me parece bien —dijo el personaje de la princesa—. No es que no me guste la perdiz, es que las pobres siempre acaban en el plato de alguien.
Y asÃ, unos a uno, todos los personajes de los cuentos se unieron a la protesta.
—Hay que hablar con las personas que han escrito estos cuentos y que lo arreglen —gritó Ardiz, la perdiz, a todos los personajes que se habÃan reunido para protestar.
El problema es que no sabÃan cómo hacerlo.
—¡Cambiemos el final de los cuentos! —exclamó el personaje del ogro.
—No podemos hacer eso —dijo Ardiz, la perdiz.
—Podemos emborronar las palabras; seguro que alguien protesta —dijo el personaje del ogro.
Eso hicieron. Y funcionó.
—¿Qué pasa aqu� —dijeron en la editorial—. Parece que estos libros están mal.
—¡Ahora! —gritó Ardiz, la perdiz. Y todas las perdices empezaron a moverse como locas.
—¡Vaya! Parece que alguien protesta —dijo LucÃa, la directora de la editorial.
—¿Qué cosa más extraña? —dijo Luis, el asistente.
—No entiendo nada —dijo LucÃa—. Voy a llamar a mis hijas, que lo mismo ellas ven algo que yo no.
Las hijas de LucÃa se dieron cuenta enseguida de lo que pasaba.
—A ver, mamá, que los mayores no os enteráis de nada —dijo Alba, la mayor—. Final emborronado, perdices agitadas, personajes enfadados.
—¿Personajes enfadados? —dijo LucÃa—. Es verdad, están todos tristes al final del cuento, y se supone que tendrÃan que estar felices…
—¡Y comiendo perdices! —exclamaron las niñas.
—Entonces… —balbuceo LucÃa.
—Entonces es que están todos cansados, mamá —dijo Irene, la pequeña.
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€”Los personajes no quieren comer perdices —dijo Luis, el asistente.
—Y las perdices quieren su propio final feliz, lejos de la cazuela —dijo LucÃa.
—Hay que cambiar el final del cuento, mamá —dijeron las niñas a coro.
—Y ¿qué ponemos? —preguntó LucÃa.
—Habrá que pensar en algo —dijo Alba.
—Hagamos un concurso, y que las niñas y los niños que leen los cuentos nos manden sus ideas —dijo Luis, el asistente.
—Una idea muy buena, Luis —dijo LucÃa.
—Tengo una idea, mamá —dijo Irene—. Y fueron felices hasta las perdices.
—Me gusta —dijo LucÃa—. EnvÃa tu final al concurso, no lo olvides.
Desde entonces, se han propuesto miles de finales para los cuentos en los que las perdices también son felices, porque no acaban en el plato.