HabÃa una vez un pirata tan tacaño y avaro que era conocido como el Capitán Patacutre. Era tan roñoso y tan agarrado que no se molestaba ni en cambiar su agujereada pata de palo.
De los tesoros que conseguÃa, que eran muchos, solo compartÃa una pequeña parte con su tripulación. Lo justo para que se quedaran con él, al menos hasta encontrar otro barco pirata con un capitán más generoso.
En comer, gastaba lo mÃnimo.
—El que se quede con hambre, que se tire al mar a por más peces, que asà salen gratis —decÃa siempre el Capitán Patacutre.
Y lo de tirarse al mar iba en serio, que las cañas de pescar le parecÃa muy caras.
Las velas del barco estaban llenas de agujeros, y los remos se caÃan a pedazos.
Pero ni remendaba las velas y arreglaba los remos, que todo costaba mucho dinero y habÃa que guardarlo.
Aunque lo que les decÃa el Capitán Patacutre a los piratas era esto:
—Asà parece que vamos de incógnito. ¿Quién iba a tener miedo de un barco como este?
Y asà era. Nadie les tomaba en serio hasta que eran abordados por el Capitán Patacutre y sus piratas.
Un dÃa, el Capitán Patacutre vio a lo lejos un barco cargado de oro.
—¡Preparaos, piratas! Asaltaremos aquel navÃo y nos lo llevaremos todo.
Los piratas empezaron a preparar todo para el asalto.
—Izad velas, dadle caña a esos remos —gritó el Capitán Patacutre.
Como siempre, el barco del Capitán Patacutre fue ganando terreno poco a poco al otro barco. Pero pasaban los dÃas y no terminaban de alcanzarlo.
—DeberÃamos dejarlo, Capitán Patacutre —dijo Nicomico, el grumete.
—De eso nada, Nicomico, ya casi lo hemos alcanzado —dijo el Capitán Patacutre.
—¿No le parece extraño, Capitán? —insistió Nicomico.
—Que no, que no, que a este ya casi lo hemos pillado —dijo el Capitán Patacutre.
Esa noche bajo una niebla extraña que no les permitÃa ver nada. Cuando amaneció y la niebla desapareció, el Capitán Patacutre se encontró con el barco cargado de oro de frente, acercándose peligrosamente a ellos, y con un montón de piratas gritando en la cubierta.
—¡Rápido, hay que dar la vuelta, es una trampa! —gritó el Capitán Patacutre.
Los piratas dieron la vuelta, remando con toda su fuerza. Varios remos estaban tan carcomidos que se partieron. Con un golpe de viento, las velas se rasgaron y varios jirones de tela quedaron colgando.
—¡Oh, no! ¡Nos van a abordar y se lo van a llevar todo! —gritó el Capitán Patacutre.
Ya casi les habÃa alcanzado cuando una gran ballena salió del mar y les dio un empujón por un costado.
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€”Lo que nos faltaba, ahora nos va a devorar una ballena gigante —dijo el Capitán Patacutre.
—No, capitán, la ballena nos está alejando de aquà —dijo Nicomico.
—Mi vieja amiga Gran Ballena… no la habÃa reconocido —dijo.
Gracias, Gran Ballena, el barco del Capitán Patacutre pudo huir y llegar a puerto.
Nada más atracar, bajó a la bodega donde guarda el oro y mando arreglar el barco.
—Nos hemos librado por los pelos —dijo el Capitán—. No volveré jamás a ser tan avaricioso. Que una cosa es ahorrar y otra ir por la vida racaneando hasta en lo más importante.
— Capitán Patacutre, ¿qué ha pasado con la ballena? —preguntó Nicomico.
—Hace muchos años ayudé a Gran Ballena a librarse de ser capturada por un gran ballenero. Hoy me ha devuelto el favor.
—¿Me cuentas la historia?
—En cuanto arreglemos el barco, pequeño grumete.