Había una vez un brujo muy poderoso llamado Oflugur que presumía de que era capaz de conseguir cualquier cosa con su magia. Muchos desafiaron a Oflugur con retos de todo tipo y todos fueron derrotados. Realmente, Oflugur era un brujo muy poderoso.
A Oflugur le encantaba ser el centro de atención. Le encantaban los halagos, las alabanzas y los cumplidos. Cuando la gente se enteraba de que el gran brujo Oflugur iba a visitar su ciudad se celebraba una gran fiesta. A cambio, Oflugur siempre ofrecía algún espectáculo con fuegos artificiales y algún truco circense. Esto no solo dejaba encandilada a la gente, sino que también hacía crecer su fama.
Y así, Oflugur se pasó años viajando, disfrutando de la hospitalidad y los regalos que la gente le ofrecía a cambio de su presencia.
Pero un día Oflugur se cansó. Los grandes retos dejaron de llegar. Ya no le satisfacían los elogios ni las zalamerías de los desconocidos. Por primera vez sintió la necesidad de estar solo durante unos días.
Y así, haciendo uno de sus trucos, se desvaneció y apareció en medio de un bosque. Allí solo había árboles, arbustos, flores, piedras, tierra, algunos animalillos y muchos insectos.
Encantado por disfrutar de aquel pequeño retiro, Oflugur se sentó en una gran piedra, a la sombra de un inmenso árbol.
Pero su paz no duró mucho porque, unos minutos después, apareció un pequeño trol llorando.
—¡Ay, pobre de mí! ¿Dónde voy a vivir ahora? —jimplaba el trol.
Oflugur estuvo a punto de desvanecerse otra vez, pero la imagen de aquel troll lloroso le enterneció. El gran Oflugur no recordaba la última vez que había experimentado esa emoción, así que se apiadó de él y lo llamó:
¡Eh, amigo troll! ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?
El troll, que no había visto al brujo, se asustó y pegó un respingo. Luego salió corriendo y se escondió detrás de un árbol.
—No tengas miedo —le dijo Oflugur—. Soy un mago muy poderoso, el más poderoso de la historia, y puedo ayudarte. Sea cual sea tu problema yo lo arreglaré.
El trol salió de su escondite, se acercó al brujo y le dijo:
—El Hada del Bosque ha hechizado mi cueva como castigo por portarme mal —dijo el trol—. Solo podré entrar cuando averigüe las palabras mágicas.
—Vamos, llévame hasta tu cueva, a ver qué puedo hacer —dijo Oflugur.
El trol y brujo caminaron hasta la cueva. Junto a ello había un gran letrero que decía: “Las palabras mágicas tendrás que encontrar si en esta cueva quieres entrar”.
Efectivamente, no había manera de entrar en la cueva. Aunque parecía abierta, al intentar entrar una pared mágica invisible impedía el paso.
Oflugur probó todo tipo de conjuros, hechizos, embrujos, encantamientos y sortilegios. Pero no sirvió.
Finalmente, Oflugur se enfadó mucho y gritó a la cueva:
—¡Te exijo que te abras ahora mismo!
Cansada de tanta tontería y algo molesta por las exigencias del brujo, la cueva contestó:
—Eres un brujo de pacotilla. Serás muy listo, pero eres un maleducado.
Oflugur se quedó pasmado.
—¿Me acabas de llamar brujo de pacotilla? Preguntó, indignado.
—No, te he llamado brujo de pacotilla maleducado —respondió la cueva.
—¿Maleducado? —insistió el brujo. Entonces cayó en la cuenta. ¿Cómo no se había dado cuenta? Llamó al trol y le susurró unas cosas al oído.
—¿Funcionará? —preguntó el trol.
—Eso no falla nunca —respondió el brujo.
E
l trol se acercó a la entrada de la cueva y dijo:
—Cueva, ¿me dejas entrar, por favor?
—Pasa —dijo la cueva.
—¡Lo conseguí! —dijo el trol. Y se fue directamente a su camastro sin decir nada más.
Segundos después, la cueva lo expulsó de nuevo.
—Prueba otra vez —dijo la cueva.
El trol miró al brujo. Este le estaba haciendo señas. El trol pareció entender y se dirigió a la cueva otra vez.
—Cueva, ¿me dejas entrar, por favor?
—Pasa —dijo la cueva.
—¡Gracias! —dijo el trol
—De nada —contestó la cueva—. Y recuerda que así será a partir de ahora.
Oflugur se disponía a marchar cuando el troll le llamó.
—¡Espera! ¿Cómo sabías que esas eran las palabras mágicas?
Oflugur lo miró y le dijo:
—Me las enseñaron mis padres cuando era pequeño.
—¡Qué listos eran tus padres! —dijo el trol. Y añadió: Por cierto, gracias.
—Gracias a ti por darme la oportunidad de recordarlas.
Oflugur volvió a su casa, muy contento por haber recordado la magia de algo tan sencillo como pedir las cosas por favor y dar las gracias.