Martina y Sandra eran grandes amigas, tanto que casi se consideraban hermanas. Las niñas habían nacido con poco tiempo de diferencia y vivían a una casa de distancia sobre la misma calle. Como sus padres eran vecinos y grandes amigos, desde pequeñas habían compartido muchas cosas y su entorno era casi el mismo. Iban a la misma escuela, se juntaban por las tardes a estudiar, salían a jugar juntas, iban a clases de baloncesto y muchas otras cosas más.
Una tarde, ambas niñas habían planificado ir a recorrer el pueblo en bicicleta, pero el clima no las acompañó. Una fuerte tormenta se desató y la lluvia casi no dejaba salir de la casa. Así que decidieron quedarse en casa de Martina y buscar un plan diferente para entretenerse.
—¿Qué te parece si nos dedicamos a organizar y ordenar tus cosas Martina? Y otro día hacemos lo mismo en mi casa —sugirió Sandra.
—Me parece buena idea, hace tiempo que tengo pendiente ordenar mi habitación, y juntas lo haremos más rápido —respondió Martina, entusiasmada.
Las dos niñas subieron las escaleras y se dirigieron a la habitación de Martina. Una vez allí decidieron quitar absolutamente todo de su sitio para luego volverlo a acomodar, y si era necesario quitar cosas que ya Martina no utilizaría, para donar o reciclar.
Mientras ordenaba, Sandra se sorprendió de ver muchas cosas nuevas aun en su empaque original. Bolígrafos sin usar, cuadernos, algunos zapatos y también perfumes, incluso con el envoltorio intacto.
Cada vez que Sandra encontraba algo así y le preguntaba a su amiga que hacía con aquello, Martina respondía lo mismo:
—Déjalo así, lo guardo para después, para una ocasión especial.
Como no eran sus cosas, Sandra obedecía a su amiga, y seguía con su tarea de ordenar. Pero eran tantas las cosas que encontraba en ese estado que no pudo resistirse y confrontó a Martina.
—¿Cuándo es la ocasión especial, Martina? — preguntó Sandra.
—Pues no lo sé, algún cumpleaños o fiesta familiar tal vez… O una fiesta de la escuela puede ser también —respondió Martina sin levantar la vista de lo que estaba haciendo.
—¿Y cuánto hace que tienes esto, por ejemplo? —preguntó Sandra, mostrándole un perfume de bonito empaque.
—Me lo regaló mi padre hace como dos años… ¿Por qué tanta pregunta?, ya me estás fastidiando Sandra —respondió Martina, ya perdiendo la paciencia.
—Es que si sigues guardando todo para después nunca vas a disfrutarlo. Sabes una cosa, el año pasado murió mi bisabuela, y mis padres cuando fueron a ordenar sus cosas encontraron cientos de cosas sin usar, sábanas, vestidos, vajilla y muchas cosas más. Ella también esperaba una ocasión especial.
Martina se detuvo de su tarea y se quedó en silencio viendo a Sandra.
—Todas estas cosas son muy bonitas, amiga, y todos los días son especiales. Comienza a disfrutar lo que tienes —agregó Sandra.
—Ahora que me lo planteas así, tiene sentido. Siempre que estoy por usar alguna de estas cosas, pienso que puede haber un día más especial y me detengo. Al final no estoy usando nada —dijo Martina como reflexionando en voz alta—. Sabes que, hoy es un día especial, empezaré ahora.
Martina tomó el perfume que le había mostrado su amiga haca un rato, lo abrió y se lo puso. Luego se lo extendió a Sandra para que hiciera lo mismo.
La tarde concluyó, la habitación de Martina quedó perfectamente ordenada y, para cerrar la jornada de manera perfecta, compartieron una rica merienda. La niña nunca olvido ese día, y desde entonces Martina comenzó a utilizar todas las cosas que tenía, disfrutando cada una de ellas, y se sintió muy feliz de hacerlo así.