Mamá gallina Kika y papá gallo Koko tenían ganas de formar una familia. Mamá puso huevos y de ellos salieron siete lindos pollitos con los que crearon una gran familia todos juntos. Estaban muy contentos y, para compartirlo con sus amigos los animales, les gustaba salir todos los días de paseo al campo.
Una tarde, como cualquier otra, el papá Koko mira al cielo y se fija en las nubes. Su color ya no es el blanco puro, sino que se estaban tornando a un gris oscuro. Habla con mamá gallina, que mira también a las nubes y, antes de que les dé tiempo a hablar, una gota gorda de agua cae en la cresta de Kika, que da un grito de susto y manda a todos ir corriendo corriendo para casa.
Los pollitos se asustan un poco. No entienden qué pasa. Y mientras, uno de los pollitos empieza a correr. Se cae y no se mueve. Empieza a piar porque le duele mucho una patita. Mamá gallina, que siempre cuida a todos sus polluelos, lo recoge con su pico y llegan todos juntos a casa. Dentro de la casa los pollitos se sientan en la mesa encima de sus pequeñas sillas. Como están nerviosos por la rápida carrera, papá gallo les prepara unas galletas con leche.
Al día siguiente, cuando van de paseo todos juntos, uno de los pollitos no para de piar y, cuando la gallina Kika se acerca el pequeño, este le dice que tiene miedo a la lluvia.
-¿Estáis seguros de que no van a volver a caer esas gotas que asustaron a mamá?
La gallina Kika no sabe qué decir y lo habla con papá gallo. Koko les explica que la lluvia no es mala, que mamá se asustó porque no se lo esperaba y porque no quería que se mojaran y pudieran ponerse malos por la humedad.
Para que los pollitos no tengan ya su primer miedo deciden que si vuelven a ver nubes oscuras seguirán con el paseo y así los pequeños pollitos podrán comprobar que es verdad que no pasa nada malo. Y así fue; las nubes blancas se tornaron negras y gotitas pequeñas empezaron a caer del cielo. Los pollitos piaban y piaban y mamá les dijo:
-Chicos, estad tranquilos. Vamos a seguir con el paseo y luego tranquilamente daremos la vuelta para casa. Además, no quiero que os volváis a hacer daño porque caigáis como ayer. El agua no hace nada.
Los pollitos estaban nerviosos, pero una vez que vieron que no ocurría nada malo disfrutaron con la lluvia que caía en sus picos y les daba sensación de frescor, de mojarse unos a otros con el agua y al final aquello que tenían miedo se convirtió en un juego.