Susi era una niña optimista y alegre que le gustaba pasar el tiempo con su querida abuela. Su abuela se llamaba Amelia, pero Susi la llamaba mamá Amelí.
Susi había estado con mamá Amelí desde que era un bebé, porque sus papás pasaban mucho tiempo fuera de casa por sus trabajos.
Un día mamá Amelí empezó a sentirse mal. Susi cogió enseguida el teléfono y llamó a su madre. Pero no le cogió el teléfono. Luego llamó a su padre. Pero este tampoco respondió.
Susi no sabía qué hacer. Entonces se acordó de una cosa que mamá Amelí siempre le decía: “Si pasa algo y no sabes a quién llamar, llama al uno uno dos, el teléfono de emergencias”.
Susi marcó los tres números en el teléfono. Enseguida respondió una voz amable que le preguntó qué pasaba.
La niña respondió a todo lo que le indicó aquella persona tan amable. Minutos después una ambulancia estaba en la puerta. Varias personas atendieron a mamá Amelí y se la llevaron al hospital.
Susi estaba muy triste porque no la dejaron ir con su abuela. Una vecina, alertada por las sirenas, le ofreció a la niña su casa para que se quedase allí hasta que volvieran sus padres. Y otra dijo que iría al hospital a cuidar de mamá Amelí hasta que llegara algún familiar adulto.
Todo el mundo quería a mamá Amelí, así que todos se volcaron por ayudarla a ella y a la pequeña Susi.
Días después, mamá Amelí volvió a casa.
—Ahora te cuidaré yo a ti —le dijo Susi—. Ya le he dicho a mamá y a papá que no hace falta que venga nadie a cuidar de mí y que yo me encargaré de todo lo que necesites.
Desde entonces, Susi cuida de su abuela y le ayuda en todo lo que puede. Aunque no consiguió que sus padres contratasen a alguien para que estuviera con ellas, Susi es la ciudad de su abuela, la acompaña y le alegra la vida todo lo que puede.
Mamá Amelí se siente muy orgullosa de su nieta, y muy agradecida por aquel tesoro que era la niña.
Incluso cuando se hizo mayor, Susi siguió preocupándose de su abuela. La llamaba todos los días, a veces, en varias ocasiones. Y siempre que podía iba a verla y a estar con ella.
—Eres una bendición, Susi —le decía mamá Amelí a su nieta.
—Y tú un regalo, mamá Amelí —le decía Susi.
Y así estuvieron mucho tiempo, juntas, inseparables, incluso cuando la distancia se interponía entre ellas.