Había una vez un bosque mágico en el que vivían animales de todas las especies. En el bosque también vivía Rampete, un duende bastante travieso.
Rampete había huido de su hogar en busca de aventuras. Pero cuando quiso volver a casa no pudo. Había pasado tanto tiempo que había olvidado el camino. Así que se quedó a vivir en aquel bosque mágico.
Al principio, a los habitantes del bosque mágico les agradó la idea de tener un nuevo vecino. Nunca había visto ningún duende y Rampete les pareció muy gracioso.
Durante los primeros días Rampete se limitaba a descolocar las cosas de sus vecinos o a adornarles con lo que encontraba. Una de las travesuras que más le gustaban a Rampete era colocar ramas en la cabeza como si fueran cuernos.
También se divertía mucho cambiando de sitio la comida que los animales guardaban para el invierno. Después del susto inicial, los animalitos se divertían mucho buscando la comida escondida y volviéndola a colocar en su sitio.
Pero pronto las travesuras y las pillerías de Rampete dejaron de resultar divertidas. La comida empezó a desaparecer o a estropearse de tanto moverla. Algunos animales también resultaron heridos con las ramas que les colocaba Rampete en la cabeza y con otras cosas que aparecían sobre ellos. La cosa empeoró cuando Rampete descubrió unos matorrales con ramas llenas de espinas y empezó a hacer adornos con ellas.
La gota que colmó el vaso llegó el día en que Rampete decidió subirse a los árboles para hacer malabares con los huevos que los pájaros ponían en los nidos. Menos mal que uno de los monos se dio cuenta y lo impidió.
—Tenemos que hacer algo con Rampete —dijo Tato, el búho.
—Tengo una idea, dejádmelo a mí —dijo Trista, la gorila.
Trista se acercó a Rampete y le dijo:
—Rampete, me he fijado en que tienes el pelo y la barba preciosos.
Rampete se puso colorado. Nunca nadie le había dicho nada así.
—Gracias —dijo Rampete.
Pero la gorila no había acabado. Al ver que Rampete disfruta con las adulaciones, siguió diciendo:
—Sí, me encanta. Ojalá yo pudiera tener un pelo tan bonito. Sería la gorila más feliz del bosque mágico.
Rampete estaba tan entusiasmado con lo que la gorila Trista le estaba diciendo que empezó a sentirse el duende más hermoso del mundo. Muy orgulloso, le dijo:
—Amiga Trista, no todos los seres pueden ser tan hermosos. Es una lástima.
Trista lo había llevado a donde quería. Mientras el duende se atusaba la barba le dijo:
—Sin embargo, tienes un grave problema.
El duende Rampete dio un respingo y dijo:
—¿Cómo? ¿Yo? ¿Qué me pasa?
Trista se acercó y le susurró al oído:
—Tienes la piel demasiado roja, y eso no pega con tu maravilloso aspecto. Pero puedo ayudarte a solucionarlo.
Rampete respiró hondo, aliviado.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó el duende.
Trista sonrió y le contestó:
—En la vieja cueva que hay a la salida del bosque vive un trol muy testarudo. Este trol tiene una piedra mágica. La guarda en su estómago. Si te pasas la piedra por la piel se solucionarán tus problemas.
—Pero, ¿cómo consigo esa piedra? —preguntó Rampete.
Trista le respondió:
—Tienes que darle un golpe en la cabeza. Así subirá la piedra y le saldrá por la boca.
Rampete se puso en marcha. Quería llegar a la cueva del trol cuanto antes. Por el camino fue pensando en todas las formas posibles que podía usar para darle al trol un golpe en la cabeza.
Pero cuando el duende llegó a la cueva se encontró que el trol no estaba allí. Así que se escondió para esperarlo.
Pasaron los días y el trol no aparecía por la cueva. Rampete estaba aburrido de esperar. Y cómo no dejaba de darle vueltas a lo que le había dicho Trista salió en busca del trol.
Rampete caminó y caminó durante días sin encontrar al trol. Hasta que un día decidió volver a casa. Aunque pensó que no perdía nada por pasar por la cueva del trol, por si estuviera allí.
Muy confiado, Rampete entró en la cueva. El trol estaba allí. Este, al ver al duende, exclamó:
—¡Um, la cena!
Rampete estaba tan preocupado por lo que quería del trol que no se había dado cuenta del peligro que corría. Cuando quiso reaccionar ya era demasiado tarde. El trol lo atrapó y lo metió en una jaula.
Rampete gritó pidiendo ayuda. Mientras tanto, el trol se reía y se relamía pensando en la cena.
Pero, de repente, la gorila Trista, un par de elefantes, un león y un tigre se presentaron en la cueva.
—¡Devuélvenos a nuestro amigo! —rugió el león.
El trol abrió la jaula y se la dio a la gorila, temblando de miedo.
Cuando llegaron de nuevo a casa, Rampete les dijo la gracias a sus amigos:
—No sé qué hubiera hecho sin vosotros. Me habéis salvado la vida. ¿Qué puedo hacer para agradecéroslo?
El león tomó la palabra y dijo:
—Si no quieres que Trista te vuelva a gastar una broma como la del trol, deja de molestar y de hacer daño.
Rampete pidió perdón y prometió portarse bien y dejar de hacer maldades a sus vecinos.
Una de las ardillas se acercó al duende y le dijo:
—Ven, te hemos preparado una camita para que descanses y te recuperes.
Rampete abrazó a la ardilla. Era tan peluda y tan blandita como un juguete de peluche. Eso hizo que se sintiera un poco mejor.
—A partir de ahora os ayudaré en vez de molestaros —dijo Rampete.
Y a partir de entonces, todo fue mucho mejor.