Tras la pista de la luz misteriosa
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Tras la pista de la luz misteriosa

Edades:
A partir de 6 años
Tras la pista de la luz misteriosa Había una vez, en un pueblecito donde las casas parecían sacadas de un cuadro, dos hermanos llamados Eliana y Jacob. Eliana, con sus ocho años, era protectora y aventurera, pero desde un día que se perdió al atardecer en el bosque, temía a la oscuridad. Jacob, dos años menor, llevaba en su bolsillo siempre un puñado de lápices de colores, con los que pintaba murales de luz en cualquier sombra que encontrara.

Una mañana, un rayo de sol se coló por la ventana de su habitación. Pero no era un rayo cualquiera; bailaba y tejía hilos de colores en el aire, invitándolos a seguirlo.

—Jacob, ¿ves lo mismo que yo? —preguntó Eliana, asombrada.

—¡Sí! —exclamó él—. ¡Es como si el arcoíris hubiera perdido su camino y viniera a buscarnos!

Decididos a descubrir el misterio de aquel rayo juguetón, los hermanos se calzaron sus botas de exploradores y, dejando atrás la seguridad de su hogar, se lanzaron tras el haz de luz.

La luz los guio al Valle de los Espejos, donde montañas de cristal reflejaban el sol en todas direcciones. Fue aquí donde conocieron al Señor Prismático, un anciano de barba blanca y traje centelleante que les habló con voz resonante:

—Eliana, Jacob, cada reflejo tiene una historia, y cada color, un secreto— les dijo, mientras les entregaba un pequeño prisma colgante—. Este será vuestro guía y protector en este viaje.

Los niños aprendieron que, al igual que los espejos reflejaban la luz, ellos podían reflejar la bondad en el mundo. Con cada paso, su confianza crecía y los colores del valle les enseñaban que cada perspectiva era única y valiosa.

Su viaje los llevó después al Laberinto de Cristal, un lugar de maravillas donde la luz se entrelazaba en un ballet de arcoíris.

Aquí, Jacob aprendió la magia de la refracción, cómo la luz podía cambiar de dirección y crear nuevas bellezas.

Eliana, por su parte, descubrió que, incluso dividida en muchos colores, la luz seguía siendo fuerte y hermosa.

—Jacob, ¡mira! —Eliana señalaba emocionada—. ¡Cada color es como una nota musical diferente en una sinfonía!

Pero fue en el Túnel de las Sombras donde su valentía sería realmente probada. Las Sombras traviesas, criaturas que se escondían del brillo del día, capturaron a Jacob para robarle los colores que él llevaba consigo.

Eliana, enfrentándose a su mayor temor, recordó las palabras del Señor Prismático y sostuvo su prisma al cielo. La luz del prisma iluminó el túnel, revelando no monstruos, sino pequeñas sombras temerosas.

—No tengas miedo —dijo Eliana con dulzura—. Los colores no están para ser robados, sino para ser compartidos.

LTras la pista de la luz misteriosaas Sombras, tocadas por la luz y las palabras de Eliana, liberaron a Jacob y juntos descubrieron que la oscuridad también tenía su lugar en el mundo, no como un espacio de temor, sino como el lienzo perfecto para la luz.

Los hermanos regresaron a casa con una historia que contar y un nuevo juego al que jugar: cada noche, Eliana y Jacob tomaban el prisma y, con una linterna, pintaban su habitación con colores suaves y cálidos, y las Sombras danzaban alegremente, celebrando la luz y la oscuridad en armoniosa convivencia.

Y así, cada aventura que vivían, cada lección que la luz les enseñaba, los hacía más fuertes, más valientes, y sobre todo, les hacía estar más unidos. A través del viaje de la luz, Eliana y Jacob no solo descubrieron los secretos de la reflexión y la refracción, sino también el valor de compartir la luz propia con los demás, y que, incluso en la más profunda oscuridad, siempre hay un color esperando para brillar.
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