A Andy le encantaba ir a la casa de sus abuelos, puesto que su abuelo Ernesto era muy divertido y jugaban mucho cada vez que iba. Jugaban a las escondidas, a patear y atajar el balón, y a veces hasta a la lucha.
Sucedía que a medida que pasaba el tiempo, el abuelo Ernesto se hacía cada vez mayor y su cuerpo ya no le respondía como antes.
—Lo siento Andy, hoy estoy muy cansado para jugar —esas eran las palabras que más escuchaba el niño de parte de su abuelo últimamente. Y aunque podía comprender con claridad la situación, lo entristecía pensar que ya no podría jugar con su abuelo.
El abuelo Ernesto percibía cómo se sentía el niño cada vez que lo visitaba, y él también se entristecía por eso, y por ver cómo su cuerpo poco a poco se apagaba.
Una tarde, en una de las tantas visitas que Andy y sus padres hacían a los abuelos, el abuelo Ernesto se encontraba con una expresión diferente, cómo entusiasmo en su rostro.
Ni bien llegó Andy, el abuelo Ernesto le pidió que lo acompañara porque quería mostrarle algo en su viejo garaje. Andy se sorprendió de que el abuelo lo llevara hacia ese sitio, puesto que sabía que ahí estaban las cosas más preciadas de él. Eso se debía a que, en su juventud, Ernesto había sido un gran científico inventor y ahí en el garaje guardaba sus viejos inventos y sus herramientas, y Ernesto era bastante celoso de todo aquello y no quería que nadie entrase a ese lugar.
—Andy, quiero mostrarte algo. Cómo sabes de joven fui un inventor y esto que voy a mostrarte ahora prometí no usarlo nunca más, pero esto es una ocasión especial y creo que puede ser una excepción —dijo el abuelo mientras quitaba unas sábanas y polvo de una vieja máquina.
—¿Qué es ese cacharro abuelo? —preguntó el niño.
—Nada de cacharro, estás ante una verdadera máquina del tiempo —dijo el abuelo, poniéndose serio.
—¿Máquina del tiempo? —repitió Andy boquiabierto.
—Así es. En su momento funcionó perfectamente, pero ciertas personas querían usarla para hacer cosas malas, así que yo preferí guardarla y decir que ya no funcionaba y no había forma de repararla. Pero esta vez tú y yo la usaremos para algo muy bueno.
—Wow, esto es increíble abuelo.
—Pero es real, dame unos minutos mientras la enciendo y programo niño —dijo el abuelo sonriente mientras conectaba la máquina a la corriente eléctrica y tocaba algunos botones.
Después de unos minutos el abuelo miró a Andy y exclamó.
—¿Listo para viajar al pasado Andy?
—Supongo que sí abuelo —dijo el niño nervioso.
—Tranquilo, yo estaré aquí viendo que todo salga perfecto.
E
l niño ingresó al aparato, y su abuelo cerro la compuerta tras él. Apretó nuevamente uno de los botones y Andy sintió desvanecerse. Cuando volvió en sí, vio a su alrededor una enorme plaza, con gente vestida como en las películas viejas. Una mano tocó su hombro, era otro niño.
—¡Hola, Andy, te estaba esperando! —dijo el otro niño muy alegre.
—¿Tú eres…? —
—Si… Ernesto, tu abuelo — respondió el niño.
Andy comprendió todo, el abuelo Ernesto lo había hecho viajar años atrás, hasta su niñez, para compartir una tarde de juego juntos.
Ambos niños se dieron un abrazo, y enseguida comenzaron a jugar. Pasaron la tarde jugando a la pelota, a la escondida y corriendo. Incluso Ernesto le presentó a sus mejores amigos.
La tarde llegó a su fin y Ernesto niño, le dijo a Andy que era hora de regresar. Simplemente, tenía que volver a recostarse dónde se había despertado, en la plaza. Andy volvió en sí dentro de la vieja máquina del tiempo en el garaje de su abuelo. Dónde su anciano abuelo lo recibió con un abrazo.