Ana vivía en un pequeño pueblo al pie de una montaña. Ana era una niña muy curiosa y siempre estaba buscando nuevas aventuras.
Un día, mientras jugaba en el parque, Ana encontró un pequeño anillo.
La piedra del anillo tenía un brillo especial y, cuando la tocó, Ana se sintió como si tuviera un poder inexplicable.
—¡Oh, es un anillo mágico! —exclamó la niña.
Ana decidió guardar la anillo mágico en su bolsillo y se fue a casa, muy emocionada. Al llegar, le contó a su madre que lo que había pasado, algo que su madre no tomó en serio.
—No es más que una piedra normal, hija. Déjate de fantasías y échame una mano —dijo su madre.
Aunque Ana estaba un poco triste por lo que su madre le había dicho, no quería dejar de creer en la magia de la piedra. Así que decidió guardarla y esperar a ver qué pasaba.
Al día siguiente, Ana se despertó temprano y se encontró con que había nevado durante la noche. Todos los habitantes del pueblo estaban emocionados por la nieve, especialmente los más jóvenes, y Ana también quería disfrutar del día. Sin embargo, cuando se puso sus botas, se dio cuenta de que había perdido el anillo.
La niña estaba muy triste y se sintió muy mal por haber perdido aquel objeto mágico. Decidió buscarlo por toda la casa, pero no la encontró. Entonces, recordó que había estado jugando con él en el parque el día anterior y decidió ir a buscarlo allí.
Cuando llegó al parque, Ana vio que había un niño llorando. Era Carlitos, su vecino.
—¿Qué te pasa, Carlitos? —preguntó Ana.
—He perdido mi pelota —sollozó el pequeño.
—No te preocupes. Yo te ayudo a buscarla —dijo Ana.
Mientras buscaban, Ana encontró su anillo debajo de un banco. Como la pelota todavía no había aparecido, Ana decidió usar el poder del anillo para ayudarle a encontrar el juguete.
Cerró sus ojos y concentró toda su energía en el anillo mágico, deseando de todo corazón que Carlitos encontrara su pelota.
D
e repente, la piedra empezó a brillar y a vibrar. Ana abrió los ojos y vio que la pelota de Carlos estaba rodando hacia ellos. Carlos la vio también y corrió hacia ella, muy emocionado.
Ana se sintió muy feliz de haber podido ayudar a Carlitos y de haber demostrado que el anillo sí tenía poder. Pero no se lo contó a nadie. Tenía que comprobar otra vez que el anillo funcionaba, por si acaso.
Unos días más tarde, Ana vio a su primo Pablito en el parque. Estaba triste porque había perdido su muñeco favorito.
—Yo te ayudo a buscarlo —dijo Ana.
La niña volvió a usar el anillo y, unos segundos después, el muñeco cayó de un árbol.
Ana decidió seguir guardando el secreto del anillo, pero siguió ayudando a todo el que lo necesitaba de verdad.