Hace ya mucho tiempo, los Reyes Magos tuvieron que dejar a los camellos y buscar otro medio de transporte. Los camellos se habían puesto enfermos y no podían continuar.
—¿Qué hacemos? —dijo Melchor.
—Allí veo un zoo; seguro que allí pueden ayudarnos con los camellos —dijo Gaspar.
—No perdamos tiempo, que a este paso tienen que venir a buscarlos con un remolque —comentó Baltasar.
Con bastante dificultad y una buena dosis de buena voluntad, los tres Reyes Magos y sus tres camellos consiguieron llegar al zoo.
—Si nos ve alguien vamos a tener un problema —dijo Melchor.
—Según mis cálculos aquí hay mucha gente buena, así que seguro que nos guardan el secreto —dijo Gaspar.
—Confiemos en la buena fe de la gente y entremos, que estos animales están muy mal y ya vamos muy tarde —comentó Baltasar.
En el zoo había un par de personas de guardia: un hombre y una mujer. Al ver a los tres hombres que se acercaban tirando de tres camellos salieron a su encuentro.
—¿Podemos ayudarles? —dijo él.
— Por favor, pasen, que esos animales necesitan ayuda —dijo ella.
Los tres Reyes Magos les siguieron.
—Parece que no se han dado cuenta —dijo Melchor.
—Será porque no se han fijado bien —dijo Gaspar.
—Vamos, no os quedéis atrás, que vamos muy mal de tiempo —comentó Baltasar.
Mientras los Reyes Magos se quedaban fuera descansando, el hombre y la mujer llevaron a los camellos a la sala de curas. Allí les dieron agua y le hicieron un chequeo.
—Parece que han comido algo en mal estado —dijo él.
—Esto tiene pinta de ser un sabotaje —dijo ella.
—¿Sabotaje? ¿A unos camellos? Ni que fueran los camellos de los Reyes Magos —dijo él.
—A ver, si no, quiénes crees tú que son esos tres —dijo ella.
—No es posible —dijo él.
—¡Que sí! ¡Mírales bien! —dijo ella.
—Pues estos animales no van a estar listos a tiempo a viajar —dijo él.
—Habrá que echarles una mano de alguna forma —dijo ella.
—¿Cómo? —dijo él.
—Tengo una idea —dijo ella.
Los tres Reyes Magos entraron, interrumpiendo la conversación.
—¿Creen que nuestros camellos se recuperarán? —preguntó Melchor.
—Es que tenemos un largo camino por delante —dijo Gaspar.
—Y ya llegamos tarde —comentó Baltasar.
El hombre y la mujer ya sabían lo que tenían que hacer.
—Estos camellos no podrán viajar hoy —dijo él.
—Pero os podemos dejar otro medio de transporte, al menos para esta noche —dijo ella.
Los tres Reyes Magos estaban confusos. Si no podían usar sus camellos, ¿qué iban a hacer?
—Un año fuimos en elefante y fue un fracaso —dijo Melchor.
—El año que fuimos en caballo tampoco fue mucho mejor —dijo Gaspar.
—Cualquier animal que no sea un camello nos retrasará todavía más —dijo Baltasar.
El hombre y la mujer volvieron a mirarse. Esta vez vencieron la vergüenza y miraron a aquellos tres personajes tan curiosos a la cara.
—Ella tiene una idea —dijo él.
—Os podemos dejar las bicicletas que usamos para morvernos por el zoo—dijo ella.
Los tres Reyes Magos se miraron.
—Son silenciosas —dijo Melchor.
— Y no son muy grandes —dijo Gaspar.
—Si pedaleamos rápido llegaremos a tiempo —comentó Baltasar.
Los tres Reyes Magos cogieron las bicicletas que les ofrecieron y se marcharon.
—Mañana volveremos a por nuestros camellos —dijo Melchor.
—Gracias por cuidarlos —dijo Gaspar.
—No tengáis prisa, que antes de un día no podremos acabar —comentó Baltasar.
Los tres Reyes Magos abandonaron el lugar, pedaleando con energía.
—Yo creo que no se han dado cuenta —dijo Melchor.
—Es que hemos disimulado muy bien —dijo Gaspar.
—Menos hablar y más pedalear, que no llegamos —dijo Baltasar.
Mientras tanto, en el zoo:
—Si se lo contamos a alguien nos tomarán por locos —dijo él.
—Será nuestro secreto —dijo ella.
Los camellos se recuperaron gracias a los cuidados que recibieron en el zoo.
Veinticuatro horas después, volvieron los tres Reyes Magos con las bicicletas:
—Estoy molido —dijo Melchor.
—Y yo reventado —dijo Gaspar.
—Pero llegamos a tiempo —comentó Baltasar.
El hombre y la mujer del zoo se acercaron a ver cómo estaban.
Los camellos están completamente recuperados —dijo él.
—¿Les ha ido bien el día? —preguntó ella.
Los tres Reyes Magos se acercaron a los camellos.
—Todo bien, gracias por preguntar —dijo Melchor.
—Gracias por cuidar de los camellos —dijo Gaspar.
—No lo hubiéramos conseguido sin vuestra ayuda —comentó Baltasar.
Los tres Reyes Magos se subieron a los camellos y se despidieron a la pareja del zoo.
—Ha sido un placer conoceros —dijo Melchor.
—Gracias por guardarnos el secreto —dijo Gaspar.
—No olvidéis mirar al lado del árbol antes que se haga tarde —dijo Baltasar.
El hombre y la mujer se despidieron de los hombres y los camellos. Cuando los vieron desaparecer por el horizonte entraron corriendo a ver el árbol de Navidad que tenían en la sala de descanso.
—¿Cómo ha llegado esto aquí? —preguntó él.
—Te lo dije, eran ellos —dijo ella.
Bajo el árbol había dos paquetes muy bien envueltos con una nota que decía: “Muchas gracias de parte de todos los niños del mundo”.
Esa noche millones de niños en todo el mundo se quedaron dormidos con la ilusión de recibir la visita de los Reyes Magos.
Curiosamente, muchos los vieron en sus sueños montados en divertidas bicicletas adornadas con motivos animales.
Otros soñaron que cuidaban de los camellos de los Reyes Magos, que se habían puesto enfermos. Y les daban una medicina que nunca falla: mucho cariño y un montón de amor.