Había una vez un gatito al que no le gustaban nada las normas. Por eso nunca escuchaba lo que le decía su mamá y siempre hacía lo que le daba la gana.
El gatito vivía con su mamá y sus hermanos en una casa a las afueras de la ciudad. Allí tenía todo lo que necesitaba. Pero el gatito se aburría y, siempre que podía, salía de la casa a ver qué encontraba.
Lo que más le gustaba al gatito era explorar el bosque. El gatito solía esperar a que su mamá se quedara dormida y, sigilosamente, salía de la casa para irse.
Sus hermanos, que conocían sus escapadas, se lo advertían una y otra vez.
-Un día va a aparecer un animal grande y te va a comer.
-El día menos pensado caes en una trampa.
Pero al gatito no le daba miedo nada de eso y, cada noche, se escapaba para volver al amanecer. Al gatito le encantaba ver los ojos brillantes de los animales nocturnos. El gatito los conocía todos y sabía que animales eran peligroso y cuáles no.
Aunque había unos ojos nocturnos que no conseguía reconocer. Los veía siempre en el mismo sitio, pero pasaban tan rápido que nunca conseguía averiguar qué animal era. A veces veía a muchos, otras veces pocos. Pero lo que más extrañaba al gatito es que nunca tenían la misma forma.
-¡Oh, qué ojos más interesantes! -pensaba el gatito cada vez que los veía-. ¿Qué animal será el que tiene unos ojos tan tremendos? ¡Y qué rápido se mueven!
Un día, nada más salir de casa, el gatito vio a lo lejos que un par de ojos de esos que tanto le intrigaban. Se acercaban rápidamente, pero el gatito estaba tan atento a ellos que no se movió.
En ese momento, el gatito notó como alguien le cogía por el lomo y se lo llevaba en volandas.
-¿Qué ha pasado? -preguntó el gatito-.¿Qué animal era ese? Casi lo descubro. ¿Por qué me has cogido, mamá?
-¡Eso era un coche! -gritó la mamá del gatito-. Y casi te aplasta.
El gatito se quedó mudo. ¿Cómo no se había dado cuenta? Él, que era capaz de esconderse y huir de cualquier depredador, había estado a punto de ser atropellado por una máquina.
-Lo siento, mamá -dijo finalmente el gatito.
-Eres un desobediente -dijo su mamá-. Y un imprudente. Menos mal que no me había dormido aún. Creo que tenemos que tener una charla, jovencito.
E
sa noche el gatito y su mamá se la pasaron hablando sobre los peligros que hay fuera y sobre la importancia de ser prudente. La mamá le contó al gatito todo lo que sabía sobre los peligros de la carretera y del bosque.
-No pensé que fuera tan peligroso estar ahí fuera -dijo el gatito.
-Explorar y aprender por tu cuenta está bien, hijo -dijo su mamá-, pero debes escuchar y aprender de tus mayores.
-Gracias mamá. Prometo escucharte y preguntar todo lo que no sepa -dijo el gatito.
Esa noche el gatito tuvo la suerte de que su mamá andaba cerca, pero no siempre va a haber alguien que nos pueda sacar de un apuro. El gatito aprendió la lección y ahora presta más atención a lo que le dice su mamá, por si acaso ella no está cerca la próxima vez que corra peligro.