Margarita tenía un patito amarillo que vivía en el jardín. El patito paseaba libre entre las flores, la hierba y los adornos que alegraban el lugar.
Margarita también tenía un perrito. El perrito vivía en el jardín, en una preciosa casita pintada de colores. Al perrito no le gustaba nada el patito, y siempre que lo veía le ladraba para que se fuera, sobre todo si le veía acercarse a su plato de comida o a su cuenco de agua.
Todas las mañanas, Margarita salía al jardín a saludar a sus amigos. El perrito era el primero en llegar. El patito se paseaba por allí y no se acercaba hasta que el perrito se iba corriendo tras la galleta que le lanzaba Margarita.
Una mañana, cuando amaneció, Margarita salió al jardín a ver a sus mascotas, como todos los días. El perrito salió corriendo a saludar a la niña, pero el patito no apareció por ninguna parte.
-Patito, ¿dónde estás? -gritó Margarita. Pero no había ni rastro del patito.
-¿Qué le has hecho al patito? -preguntó la niña al perrito. Este no entendió nada, pero sí supo que le estaban riñendo, así que se fue.
Margarita siguió buscando al patito, pero sin éxito. El perrito solo podía pensar en la galleta que no había recibido esa mañana, así que decidió hacer méritos.
-¿Qué falla hoy para que no tenga yo mi galleta? -pensó el perrito, en el idioma perruno-. ¡Claro! Es el pato fastidioso ese. Ella solo me da la galleta cuando ese montón de plumas aparece. Tendré que ayudarla a buscarlo.
El perrito olisqueó el suelo hasta que encontró el rastro del patito. El rastro le sacaba fuera del jardín hacia la casa del vecino por un pequeño agujero que había en la reja, entre los setos.
El perrito empezó a ladrar para llamar la atención de la niña. Margarita fue y, al asomarte entre los setos, vio a su patito en la caseta del perro del vecino.
-Pobre patito -dijo Margarita-. T
endría tanto frío que buscó a alguien que le diera calor para pasar la noche.
Margarita recuperó a su patito. Desde entonces, el patito se va a dormir a casa de su vecino y vuelve por la mañana, cuando Margarita le va a despertar.
Ahora el perrito intenta ganarse la amistad del patito, a ver si quiere dormir con él y así no repartir con el vecino la galleta que saca Margarita por la mañana y, de paso, estar más calentito por la noche. Pero parece que es ahora el patito el que no quiere saber nada de él. Y es que no se puede despreciar sin más a los demás, pues nunca sabes cuándo ni cuánto los vas a necesitar.