Doña Tortugona se había hecho famosa por ser la única tortuga en el mundo capaz de vencer a una liebre en una carrera. Tal fama es la que había alcanzado que hasta le habían dedicado un cuento. Gracias a su gran triunfo, Doña Tortugona había recibido todo tipo de halagos.
A Doña Tortugona, acostumbrada a una vida de paz y sosiego, tanta fama empezó pareciéndole algo abrumador, pero con el tiempo se fue acostumbrando. Llegó incluso a gustarle.
La que lo estaba pasando mal era la pobre liebre. Vencida y derrotada, había sido también desterrada. Ninguna liebre quería tener cerca a aquella que había conseguido dejarlas a todas en ridículo. Por más que entrenó y se esforzó, nadie quiso volver a saber de ella.
Pasaron los años y Doña Tortugona seguía siendo una estrella, mientras que la pobre liebre vivía sola en el bosque. Pero quiso el destino volver a juntar a ambas, liebre y tortuga.
Esa mañana de domingo, la liebre estaba comiendo hierbas cerca de un camino poco transitado. De repente, se oyó un murmullo que se acercaba lentamente. La liebre se escondió entre los matorrales para ver qué pasaba. Pronto descubrió que se trataba de un grupo de tortugas representando la mítica carrera de la tortuga y la liebre. Solo que esta vez no había liebre, sino una tortuga disfrazada haciendo la pantomima.
-Dicen que este año vendrá Doña Tortugona en persona -dijo una tortuga, dirigiéndose a otra-. Celebraremos juntas el gran día.
Al poco llegó Doña Tortugona. Todas las demás tortugas empezaron a gritar de júbilo por la llegada de su ilustre compañera.
-¡Que corra, que corra! -gritaban las tortugas.
-Está bien, yo misma repetiré la gran carrera -concedió Doña Tortugona.
-Así podremos reírnos otra vez de la liebre fanfarrona -dijo una tortuga.
La liebre, que lo oyó todo, estaba muy triste. Después de tantos años aún seguían riéndose y burlándose de ella.
-No deberías permitirlo -le dijo un grillo a la liebre.-
-Ya, pero, ¿cómo evitarlo? En el fondo, tal vez tengan razón.
-Cometiste un error, un gran error, pero eso es todo. Si ahora desafiaras otra vez a la tortuga…
-¡No digas bobadas! No querría correr otra vez.
-Cierto. Su mito caería y ella también. Los que ahora la alaban la despreciarían. Y los que te desprecian a ti te adorarían. ¡Véngate de esa tortuga mezquina! ¡Estás en tu derecho!
-¡Cierto! Gracias, amigo, por devolverme la ilusión.
La liebre salió al camino y se plantó entre las tortugas.
-En esta fiesta aún falta otro gran protagonista. ¡Yo! -dijo la liebre.
-¡¿Tú?! -dijo la tortuga.
-Es justo que yo también participe en la carrera conmemorativa, ¿no te parece? Aunque mejor podríamos correr de nuevo, ya sabes, la revancha. Es lo justo.
Doña Tortugona no sabía qué hacer. Había ido allí a ser vitoreada, no a ser humillada. Tal fue el susto que se llevó que se quedó blanca. Una mariposa que estaba por allí le dijo al oído:
-Si no corres te llamarán cobarde. Corre y demuéstrales lo que vales.
-Perderé y se reirán de mí -le dijo Doña Tortugona
-Si no corres también se reirán de ti. Si tienes que caer, que sea como una valiente.
Finalmente la tortuga aceptó el reto, sabiendo que era su final. La liebre se puso muy contenta. Por fin podría demostrar lo que valía. Había oído la conversación entre Doña Tortugona y la mariposa, y eso le dio aún más ánimos.
Dieron la salida. La liebre salió lanzada, mientras Doña Tortugona, fiel a su naturaleza, avanzaba despacio. A medida que corría a la liebre le vino a la mente lo mal que lo había pasado todos esos años. ¿De verdad quería lo mismo para Doña Tortugona?
La liebre empezó a correr más despacio. Ganar no le haría recuperar el tiempo perdido. De pronto, la liebre vio que llegaba al campo de zanahorias donde años atrás se había entretenido. No había vuelto a comer zanahorias desde entonces. Y tomó una decisión.
La liebre se dio la vuelta y se puso a la altura de la tortuga.
-¿Qué haces? -preguntó Doña Tortugona.
-He pensado acompañarte -dijo la liebre-. Después de tantos años sin vernos tenemos muchas cosas que contarnos.
Antes la mirada estupefacta de todos, liebre y tortuga avanzaron juntas hasta la línea de meta.
-Tú primero -dijo la liebre.
-No es justo -dijo Doña Tortugona-. Pasa tú primero.
-Entremos juntas -dijo la liebre.
Liebre y tortuga cruzaron juntas la línea de meta mientras el público estallaba en aplausos. Nadie más volvió a reírse de la liebre, que recuperó su puesto entre los suyos, a los que demostró que más importante que ganar una carrera es ganar amigos y, sobre todo, perdonarse cuando haces algo mal, por muy humillante que resulte. Y es que solo así conseguirás que los demás te perdonen. Al fin y al cabo, todos valemos mucho más que el resultado de una competición.