A Julio le encantaban las palomitas de maíz. Pero no las de bolsa para hacer en el microondas. Esas estaban muy saladas. Le chiflaban las que hacían en casa en la sartén. Solían prepararlas los sábados mientras veían una peli en familia.
Julio iba al armario, cogía el paquete de granos de maíz y los dejaba caer en la sartén. El sonido de los granos explotando poco a poco era música para sus oídos. Le encantaba sentir cómo el aroma iba impregnando toda la casa. Mientras se hacían, la madre de Julio iba preparando algo de beber. Té helado con limón, batido de fresas o granizado de naranja. La verdad es que lo que menos le importaba al niño era la bebida. A veces incluso se había quemado un poco la lengua por no haber podido esperar a que las palomitas se enfriasen.
Un día, mientras esperaba paciente a que estuvieran listas, una de las palomitas saltó tan alto que Julio la perdió de vista. Normalmente, el niño cogía la escoba y barría las que se desperdigaban por la cocina. Pero esa fue imposible de localizar. No le dio más importancia.
Comieron las palomitas, vieron la peli y se fueron a la cama.
A medianoche, mientras toda la familia dormía, Julio oyó un ruido al final del pasillo. Se levantó raudo y veloz, encendió la luz y no pudo quedar más sorprendido con lo que vio. Una enorme espiga de maíz de la que colgaban unas cuantas mazorcas brillantes y relucientes. Pero no solo eso, sino que donde sus padres guardaban los huevos había unos pollitos y donde almacenaban los briks de leche… ¡una vaca!
No se lo podía creer. Era como si todo hubiese vuelto a sus orígenes. Lo primero que hizo Julio fue coger las mazorcas de maíz para hacer palomitas al día siguiente. Las guardó en un cajón y se fue a la cama. La tarde siguiente, cuando se disponía a hacerlas con sus hermanos, las mazorcas habían desaparecido. Tampoco había rastro de los polluelos y en su lugar volvía a haber huevos listos para el desayuno. Julio llegó a la conclusión de que lo había soñado todo.
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Quizás no debería comer tantas palomitas antes de irme a la cama- pensó el niño.
Así que, el sábado siguiente, decidió que no comería palomitas. Sus padres le miraron extrañados teniendo en cuenta que le encantaban, pero Julio no se inmutó. Les explicó lo sucedido y no pudieron más que troncharse de risa.
- Hijo mío, lo que viste ese día eran unas mazorcas de poliespán que tu prima estaba preparando para la función del cole. No tenía espacio en casa y vino a hacerlas aquí - le explicó su padre.
Julio se quedó tranquilo al saber que no se había tratado de una alucinación por una indigestión de palomitas. Al sábado siguiente, con la peli, tomó ración doble.