Había una vez una niña llamada Elisa que siempre estaba sola. Elisa no hablaba con nadie en todo el día. En el recreo se ponía lejos de los demás y no quería jugar con nadie. En clase no hablaba nunca, y siempre respondía haciendo señales con la cabeza o con la mano.
Por la tarde Elisa no salía a jugar al parque. Y si la obligaban a ir, Elisa se quedaba sentada en un banco, dando la espalda a los demás niños.
Nadie sabía por qué Elisa se alejaba de la gente. Tampoco sabía por qué no hablaba.
-A lo mejor es muda -pensaban algunos niños.Pero no, Elisa no era muda. Porque alguna vez la habían oído decir algo, muy bajito.
Al principio, los niños se acercaban a Elisa e intentaban hablar con ella. La invitaban a jugar y le ofrecían galletas y gominolas. Pero Elisa siempre se daba la vuelta, se iba o se escondía. Así que los niños dejaron de acercarse y de hablar con ella.
Un día todos los niños fueron de excursión. Elisa estaba muy molesta, pero no tuvo más remedio que ir. Se sentó sola en el autobús y no dejó de mirar por la ventana durante todo el camino.
Fueron a una granja. Allí vieron muchos animales, les dieron de comer e incluso pudieron acariciar a alguno. Ordenaron una vaca, recogieron huevos e hicieron otras muchas cosas interesante. Elisa, como era de esperar, ni se acercó.
Ya casi había acabado de hacer la visita cuando un gran trueno rompió el cielo. Y empezó a llover con fuerza. Todos los niños fueron corriendo al establo más cercano, un poco asustados.
-¿Estamos todos? -preguntó la maestra?-. Vamos a contarnos.
Faltaba uno. Faltaba Elisa.
-Hay que ir a buscarla -dijo uno de los niños.
-Sí, pobrecita -dijo otro.
-Yo iré -dijo uno de los trabajadores de la granja, que estaba con ellos-. No os preocupéis. Es la niña que no quería acercarse ni contestaba cuando le hablaba alguien, ¿cierto?
-Sí -contestaron todos a coro.
El trabajador se cubrió con una capa y salió a buscar a la niña. La encontró escondida en las cuadras.
-Tranquila, Elisa -dijo el trabajador-. Me quedaré aquí contigo hasta que pare de llover.
Elisa no dijo nada, en todo el rato que estuvieron esperando. Cuando por fin pudieron salir, Elisa fue con su acompañante a buscar a los demás. Cuando llegó todos los niños estaban ya fuera del establo.
-¡Elisa, Elisa! -gritaron los niños. Y fueron a abrazarla.
-Estábamos preocupados por ti. ¡Qué susto nos has dado!
E
lisa no sabía qué hacer. Estaba un poco agobiada con tanto abrazo. Tímidamente, consiguió decir:
-Gracias, estoy bien. Siento haberme quedado atrás. Creí que no queríais saber nada de mí -dijo de pronto Elisa.
-¿Por qué? -dijo la maestra-. Todos te dejan espacio porque parece que quieres estar sola.
-No quiero estar sola -dijo Elisa-. Mi madre dice que soy muy tímida.
-Pues eso tiene arreglo -dijo una niña-. ¡Vamos a bailar!
Todos los niños empezaron a bailar y a cantar alrededor de Elisa para celebrar que estaba bien. Elisa, poco a poco se fue contagiando de su alegría. Una niña le cogió la mano y Elisa se dejó llevar.
Desde entonces Elisa siempre tiene alguien con ella. Aunque le cuesta, se esfuerza por estar con los demás. Y como todos saben lo que le pasa, procuran tratarla con cariño y dulzura. Y así Elisa nunca volvió a estar sola.