Sarai deseaba volar más que ninguna otra cosa en el mundo. Por eso se pasaba horas mirando volar a los pájaros, a las mariposas e incluso a las moscas. Cuando un avión surcaba el cielo o pasaba un helicóptero, Sarai se quedaba mirando embelesada soñando con poder hacerlo ella misma, pero disfrutando del aire en la cara y controlándolo a su antojo.
Sarai estaba tan empeñada en volar que había empezado a diseñarse unas alas a medida para poder hacerlo. No quería nada parecido a un paracaídas o a un ala delta. Sarai quería algo que pudiera controlar con la mente, algo que pudiera mover como mueves los brazos o los pies.
Sarai trabajó sin descanso durante muchos días en unas alas para volar libre como el viento. Tan convencida estaba de que lo lograría que un día reunió a todos sus amigos y conocidos en el parque para la gran demostración.
Cuando todos estaban esperando, Sarai se subió a lo alto de un gran árbol, desplegó sus alas y se lanzó. Durante unos segundos Sarai se mantuvo en el aire, pero una ráfaga de viento rompió sus alas y la niña cayó al suelo. Por suerte cayó en un enorme montón de hojas desde una altura no muy grande, así que no se hizo más que unas pequeñas heridas.
Todo el mundo se rió mucho de Sarai, a la que empezaron a llamar La Loca de las Alas Rotas. A Sarai esto le dio mucha rabia y se fue muy enfadada a casa, diciendo:
-La próxima vez lo conseguiré.
Sarai trabajó muy duro durante los meses siguientes. Estaba segura de que su idea funcionaría.
Cuando su invento estaba terminado, Sarai volvió a reunir a todos en el parque. Pero esta vez también acudió gente de pueblos y ciudades cercanas que había oído hablar de La Loca de las Alas Rotas.
Sarai estaba emocionadísima. La gente empezó a gritar y a aplaudir para animar a la niña.
-Súbete a ese edificio y tírate desde el ático -decían unos.
-Venga, que tú puedes, Sarai. Tírate desde lo más alto -decían otros.
Entusiasmada y pletórica, la niña se subió al ático del edificio más alto de la ciudad, cuya terraza daba al parque donde estaba congregado el público.
Sarai desplegó las alas y pudo sentir cómo el aire acariciaba su cara y cómo era libre de moverse como un ave más.
Pero de pronto algo falló y una de las alas se rompió, a dos pisos del suelo. La gente empezó a cantar:
Que se la pegue, que se la pegue.
Sarai intentó controlar las alas, pero no había nada que hacer. A la niña solo le dio tiempo a cambiar de postura para no caerse de cabeza.
Una ambulancia se llevó a la niña, que tenía las dos piernas y los dos brazos rotos, además de muchas contusiones y heridas.
-Solo querían reírse de mí -dijo la niña al médico que la metió en la ambulancia-. Me hicieron pensar que podía volar, que era admirada, y solo he sido un mono de feria para ellos.
Ahora Sarai solo sueña con volver a correr y a jugar como todos los niños, aunque tendrá que buscar nuevos amigos, porque si algo le ha quedado claro a Sarai es que un amigo no te amina a hacer algo para reírse de ti, y menos aún cuando tu salud está en juego.