Había una vez un gato que se había ganado el respeto de todos los demás gatos de su barrio. Era un gato tan fuerte, honesto y rápido que lo habían nombrado policía. Por eso se hacía llamar Poligato.
Poligato estaba orgulloso de su cargo que consistía, básicamente, en dar la voz de alarma cuando se acercara algún perro con malas intenciones.
Pero Poligato estaba envejeciendo. Aunque seguía siendo eficaz, cada vez le costaba más cumplir con su misión. Todos los demás gatos pensaron que debían reunirse para elegir un nuevo gato policía, para que Poligato pudiera descansar.
Esto no le gustó nada a Poligato. Por eso se presentó como candidato, a pesar de las protestas de los demás gatos, sobretodo de los más jóvenes.
El caso es que, al ver a Poligato, todos los demás candidatos se retiraron. Bueno, todos menos uno, mejor dicho, una, porque era gata.
-Eres demasiado joven para ser policía -le dijo Poligato. Yo me estaré haciendo mayor, pero sigo siendo fuerte y rápido. Y tengo una vista estupenda.
-Yo también soy fuerte y rápida, y veo perfectamente -dijo la gata.
-Pero no tienes experiencia -dijo Poligato.
-He entrenado mucho -dijo la gata.
-Pero… -Poligato no sabía qué decir, hasta que dijo lo primero que se le vino a la mente-. ¡Eres una gata!
-¿Y qué? -dijo la gata.
-Pues que esto es un trabajo de gatos, no de gatas -dijo Poligato.
-¿De qué vas? -le dijo la gata-. ¿Te crees mejor que yo solo porque eres macho? Porque si es así, vamos a tener unas palabritas tú y yo.
Poligato no sabía dónde meterse. Era el centro de todas las miradas, tanto de gatos como de gatas.
-Poligato, te has pasado -dijo uno de los gatos, mientras alguna gata empezaba a afilar las uñas-. Ya sabemos que los de tu generación todavía tenéis algunos prejuicios, pero eso se tiene que acabar de una vez.
La gata apreciaba y admiraba realmente a Poligato, por lo que decidió darle una oportunidad para redimirse.
-
¿Qué te parece ser mi instructor? -dijo la gata.
Poligato la cogió al vuelo. Tenía una oportunidad para arreglarlo.
-Será un placer, siempre y cuando disculpes mi desatino -dijo Poligato.
-Disculpas aceptadas -dijo la gata. Y todos se calmaron.
Poligato entrenó a la gata, que resultó ser realmente un portento. Poligato no tuvo más remedio que aceptar que alguien más joven debía hacerse cargo del puesto. Que no por hembra era mejor que él, sino por otras cuestiones que nada tienen que ver con su género.
Y todos celebraron el nombramiento de Poligata, y homenajearon a Poligato, que tan buen servicio había prestado durante tantos años.