En un colegio de una mediana ciudad estudiaba Lolo, un chico muy aplicado al que le encantaba la robótica. Pasaba su tiempo libre diseñando, modificando y construyendo robots a partir de sus juguetes viejos.
Como pasaba tanto tiempo enfrascado en sus diseños, apenas salía con sus amigos. En el recreo del cole se quedaba en una esquina con su libreta anotando todas las ideas que se le pasaban por la cabeza para próximos proyectos. Algunos niños de su clase se metían con él y le decían que era raro por no hacer el mismo tipo de cosas que los demás. A Lolo le daba igual porque le gustaba mucho ese dicho popular de
a palabras necias, oídos sordos. Algunos niños del colegio, viendo que Lolo ni se inmutaba cuando le molestaban, decidieron cambiar de estrategia. Empezaron a esconderle piezas que usaba para construir sus robots. En el patio, en la clase o en el gimnasio.
Con el tiempo, a Lolo se le ocurrió un plan. Utilizaría sus conocimientos para diseñar un robot que le protegiera de sus molestos compañeros. Lo llamaría el robot guardaespaldas. Una de las primeras cosas que le enseñó a hacer fue encontrar las
cosas que los otros niños le escondían en distintos puntos del cole. Tenía un radar y un detector de metales para rastrear cada esquina.
Cuando los compañeros venían a rodearle en el patio, el robot guardaespaldas emitía sonidos de distintos animales
para asustarles. Lo malo es que, al cabo del tiempo, esos niños empezaron también a molestar al robot. Intentaron que el robot también trabajase para ellos. Pero Lolo era más listo que todos y lo que hacía cada noche en casa era reprogramar al robot
para que su comportamiento fuese distinto cada día y nadie más que él pudiese dominarlo.
L
o malo es que el comportamiento del robot era tan cambiante que empezó a dar problemas en casa de Lolo. Por ejemplo, si veía que alguien le daba un abrazo efusivo, lo interpretaba como una agresión y salía en su defensa. Si alguien le ayudaba a recoger sus libros pensaba que se los quería esconder y también actuaba. Al final, el robot guardaespaldas de Lolo dio más problemas que soluciones.
Al poco tiempo Lolo le contó todo a sus padres y estos le ayudaron a entender que el camino no era repetir los malos comportamientos de las personas. Que había que buscar ayuda y tratar siempre de hablar y de hacer entender las cosas sin coger atajos fáciles. Lolo lo entendió y al día siguiente desarmó para siempre a su robot guardaespaldas.