A Tomás le encantaba pasar la tarde en la biblioteca, descubriendo y hojeando libros. Tomás todavía no sabía leer bien. Pero eso a él no le importaba. Los libros estaban llenos de bonitas y maravillosas ilustraciones que te ayudan a seguir e incluso a descubrir la historia. Y si, pues te la inventas.
Un día, Tomás encontró un libro de cuentos que nunca antes había visto. Eran cuentos de fantasmas. Tomás empezó a pasar páginas. Los dibujos eran extraordinarios. ¡Parecía todo tan real!
Tanto miró y remiró Tomás el libro que no puedo pensar en otra cosa durante todo el día. Ni siquiera cuando se despertó a la mañana siguiente pudo Tomás quitarse de la cabeza la idea de los fantasmas.
-¡Tomás! ¿Te ha enterado de lo que he dicho?
Era mamá. Tomás se había despistado y no se había enterado de nada de lo que le estaba diciendo su madre.
-Lo siento, mami -dijo Tomás-. Estaba…
-En las nubes -dijo mamá-. A ver, ¿qué es esta vez? ¿Piratas? ¿Duendes? ¿Dragones?
-Fantasmas -dijo Tomás-. Mami, ¿existen los fantasmas?
-Tomás, como te digo siempre, esos son libros de fantasía -dijo mamá-. No existen los fantasmas. Ni los piratas, ni los duendes, ni los dragones, ni los magos, ni las brujas.
Tomás se quedó muy decepcionado. El niño esperaba que por una vez, solo por una vez, algún personaje de los que aparecían en los libros fuera real.
Estaba tan concentrado en sus pensamientos que no se dio cuenta de que se había quedado solo. Entonces, una sombra cruzó por delante de la puerta. Tomás corrió para ver qué era, pero antes de llegar la puerta se cerró sin que nadie la tocara. Tomás la abrió y vio otra sombra al final del pasillo. Iba a salir corriendo, pero la puerta se cerró de nuevo, lo que asustó al niño.
No había reaccionado todavía cuando, de repente, escuchó un sonido extraño. Era como un susurro. Al principio no entendía nada, hasta que se concentró y pudo escuchar:
-Tooooomaaaaaaás, Tooooomaaaaaaás.
-¿Quién eres? -preguntó el niño. Pero la voz siguió diciendo:
-Tooooomaaaaaaás, Tooooomaaaaaaás
-¿Intentas asustarme? -dijo Tomás, algo aturdido. Y la voz siguió insistiendo:
-Tooooomaaaaaaás, Tooooomaaaaaaás
-
Seguro que eres un fantasma -dijo Tomás-. Ya verás cuando se lo cuento a los demás.
-No digas naaaaaadaaaaaaa -dijo la voz-. No digas naaaaaadaaaaaaa. Y vete yaaaaaaa. O sospecharaaaaaán.
Tomás entró al aula, cogió su mochila y se marchó corriendo, mientras decía para sí:
-Lo sabía. Los fantasmas existen. Mamá no tiene ni idea.
Mientras salía corriendo hacia la salida, mamá salió de debajo de la mesa.
-Parece que ya tenemos un fantasma -dijo. Y dicho esto, cogió sus cosas, llamó a su hijo y juntos salieron de casa para ir al cole.
-Hoy va a ser un día genial -dijo mamá.
-Ni te imaginas, pero no me preguntes, porque no te lo puedo contar -dijo el niño. Y se quedó tan contento, pensando en la historia que le iba a contar a sus amigos.