Angie era una gatita pequeña, de color naranja y ojos grandes y atentos. Era muy dulce y como todos los gatos, increíblemente curiosa. Siempre andaba observando a su alrededor y queriendo aprender más y más. Por eso uno de sus lugares favoritos era la biblioteca. Desde temprana edad disfrutaba yendo allí, cogiendo un libro y leyéndolo con calma.
Pero llegó un día en el que el caos y el desorden se instalaron en la biblioteca y el carácter tranquilo de Angie no se llevaba bien con aquel desbarajuste. Ya no sentía nada de calma cuando buscaba los libros entre las estanterías porque estaban agolpados unos sobre otros en un equilibro imposible y cuando conseguías encontrar el que necesitabas se te caía el resto encima.
En la biblioteca también había una sección de películas y otra de música, pero todos los objetos estaban por el suelo, mal ubicados o esperando entre pilas y pilas de libros en la sección de devoluciones.
Don Máximo, el bibliotecario, ya se estaba haciendo muy mayor y el pobre no podía con todo el trabajo. Algo que a Angie, tan observadora como siempre, no había pasado inadvertido.
- Don Máximo ¿le gustaría que le echara una mano ordenando la biblioteca?
- Oh, Angie. Qué amable. La verdad es que te lo agradecería mucho.
Angie fue clasificando todos los volúmenes por materias, y no perdió la sonrisa ni su carácter sosegado cuando Don Máximo confundió los libros de Historia con los de Arte y hubo que volver a empezar. También clasificaron juntos los nuevos libros que llegaron a la biblioteca, poniendo en el lomo de cada uno su correspondiente etiqueta indicando la materia, las primeras letras del apellido del autor y las primeras del título de la obra.
Incluso Angie mantuvo su tranquilidad habitual cuando a última hora de la noche, Don Máximo se dio cuenta que habían olvidado de incluir todos estos libros en el catálogo de la biblioteca.
Con gran serenidad y muchas horas de esfuerzo Angie logró ordenar todos los libros de la biblioteca. Ahora tocaba proseguir con las películas. Don Máximo dijo que se clasificaban en géneros cinematográficos según el tema que desarrollasen en su argumento. Y la dulce gatita mantuvo en todo momento su carácter apacible cuando el bibliotecario estuvo horas y horas debatiendo consigo mismo para determinar si una película en concreto debía considerarse comedia o drama.
C
uando llegó el momento de los Cds, fue el bibliotecario el que perdió la serenidad entrando en un estado de nerviosismo al ver que el trabajo no terminaba nunca y ya era muy tarde. Pero Angie, haciendo uso de su increíble carácter, optó por poner música clásica ayudando así a que Don Máximo recuperase la calma.
Tras una noche entera de trabajo lograron convertir nuevamente la biblioteca en un espacio maravilloso, en el que todo estaba en su sitio correspondiente y en el que se respiraba un ambiente tan armonioso que todos se encontraban muy cómodos leyendo en él durante horas. Se oía de nuevo el ronroneo de los gatos mostrando la felicidad que sentían al encontrarse nuevamente su biblioteca en perfecto orden.
- ¡Gracias Don Máximo! -le decían todos.
- No soy yo quien las merece. Ha sido todo obra de Angie- respondía el bibliotecario.
- No sea tan humilde Don Máximo, ha sido cosa de los dos – comentaba Angie con dulzura.