Había una vez una mariposa y un moscardón que vivían en el mismo jardín junto a otros muchos insectos. El jardín rodeaba una casa muy bonita en la que vivía una niña con sus papás.
El moscardón intentaba colarse en la habitación de la niña para quedarse a vivir allí, pero siempre lo echaban a golpes.
-Un día te van a dar y te va a doler mucho -le dijo la mariposa.
El moscardón estaba muy enfadado. No solo le echaban de la casa, sino que, encima, tenía que aguantar la monserga de la presumida mariposa.
Un día de esos en los que el moscardón se metió en la habitación de la niña, esta salió detrás de él al jardín, gritando:
-Esta vez te voy a pillar, esta vez te voy a pillar.
La mariposa quería ayudar al moscardón, a pesar de su mal humor. Para despistar a la niña, la mariposa se puso a revolotear a su alrededor. La pequeña quedó deslumbrada por sus hermosos colores. De lo que no se dio cuenta la mariposa era de que la niña llevaba también una red cazamariposas. Para cuando lo descubrió ya era demasiado tarde.
-Ja, ja, ja, tontita mariposa -zumbó el moscardón-. ¿A quién vas a dar tú ahora consejitos?
La mariposa estaba muy asustada, más aún cuando se vio metida en un bote con dos agujeritos en la tapa.
Las demás mariposas se reunieron para salvar a su amiga.
-Tiraremos el bote -dijo una de la mariposas.
-Ja, ja, ja, no tendréis fuerza entre todas -zumbó el moscardón.
-Se me ha ocurrido una idea -dijo otra mariposa-. Eh, tú, moscardón. ¿Qué te parece si jugamos al escondite? No podemos hacer nada por nuestra amiga, así que, al menos, pasemos el rato.
-Estupendo -zumbó el moscardón.
-¡Tú la llevas! -dijeron las mariposas.
El moscardón contó hasta diez y salió en busca de las mariposas. No las encontró en el jardín, así que pensó:
-Se habrán colado en la habitación de la niña para despistarme. Jajaja, las voy a pillar a todas.
El moscardón se metió en la habitación, fue hacia donde estaba el bote y se posó en él. En ese momento, llegó la niña y le dio un manotazo. El bote cayó al suelo y se rompió, con lo que la mariposa pudo salir volando. El moscardón salió como pudo, pues el golpe esta vez sí que le había alcanzado.
-¿Dónde estábais? -preguntó el moscardón a las mariposas, al ver que todas se acercaban a él.
-
Sobre las flores de la ventana de la niña -dijo una mariposa-. Ni nos has visto.
-En cambio, la niña a mí me ha visto enseguida, y eso que soy mucho más pequeño -se quejó el moscardón.
-Es que haces mucho ruido, moscardón, un ruido muy desagradable -le dijo una mariposa.
-¿Por qué no os reís ahora vosotras de mí? -preguntó el moscardón.
-Porque no nos hace gracia que hagan daño a uno de los nuestros, aunque sea tan desagradable y desagradecido como tú -le dijo la mariposa que había sido atrapada por ayudarle.
-Gracias -dijo el moscardón-. Siento haberme portado como un egoísta envidioso.
Así fue como el moscardón aprendió que más importante que reírse de las virtudes de los demás es fijarse en las propias limitaciones, porque reírse de lo que se envidia no arregla los propios defectos.